Transformador de los espacios en escenarios de pasmo y maravilla, como el aeropuerto de Hong Kong, por ejemplo, para cuya edificación fue necesario, primero, construir una isla artificial.
El anuncio de la construcción del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (o mejor dicho, del centro de México) tuvo muchos ingredientes sorpresivos, pero quizá el más promisorio de todos ellos, además, haya sido la asociación con el arquitecto británico Norman Foster, a quien algunos colocan por encima de cualquiera de los grandes de la historia; sobre Lloyd Wright, Le Corbusier, Calatrava o Barragán, por decir algunos nombres famosos.
Pero para quienes no son especialistas en la arquitectura internacional, valdría la pena plantear algunos rasgos generales de este gran constructor, este planificador de las utopías, transformador de los espacios en escenarios de pasmo y maravilla, como el aeropuerto de Hong Kong, por ejemplo, para cuya edificación fue necesario, primero, construir una isla artificial.
A Foster se le han hecho decenas de entrevistas en la prensa internacional. De entre ellas escojo algunos datos publicados en EL PAÍS en 2007 cuando su trabajo en China maravillaba al planeta. Ese diario lo llamó: “El arquitecto del mundo”. Yo le llamaría: el arquitecto del nuevo mundo.
¿Cómo piensa este genio?
—“En 1967, al estudio de Norman Foster llegaban los encargos con cuentagotas y no contaba con más arquitectos en nómina que su primera mujer, Wendy Cheesman…
“…Cuatro décadas más tarde, el estudio de Norman Foster tiene mil arquitectos, una veintena de oficinas y ha firmado proyectos en 250 ciudades de los cinco continentes. Diseña rascacielos y aeropuertos, grifos y picaportes. Museos, Parlamentos, gasolineras y yates.
“Da lecciones de ecología. Ordena ciudades. Y modela las oficinas del futuro. Es el único arquitecto realmente global. ¿El secreto?
“En esta profesión hay que tener nervios de acero. Nunca puedes perderlos. Le podría hacer una lista de arquitectos famosos que se han ido a la bancarrota. Yo me la he jugado muchas veces. En cada concurso echas el resto. Me pasó a mitad de mi carrera, en 1992, con el aeropuerto de Hong Kong. A todo o nada… Un concurso supone movilizar recursos, tiempo y esfuerzo… Si no ganas, pierdes todo. Todo. Yo gané”.
Estos son los datos principales del nuevo aeropuerto, si Don Atenco no decidiera lo contrario:
Una superficie de 4 mil 430 hectáreas, 169 mil millones de pesos de inversión, 55 por ciento de los cuales provendrán de recursos públicos; 160 mil empleos, 6 pistas, 410 mil operaciones al año, 210 plataformas y, lo más importante, un salto a la modernidad en la mayor conurbación del país. Todo eso está muy bien.
Y si en Hong Kong los aviones descienden sobre el mar, en México bajarán sobre el lecho seco de una laguna alguna vez parcialmente recuperada. Pero es necesario saber el futuro de la restauración del balance hídrico de la zona lacustre del ex vaso de Texcoco, un plan iniciado por don Nabor Carrillo en 1965 y cuyo éxito, germinado a lo largo de medio siglo, podría verse afectado (no nos lo han dicho claramente) por el nuevo aeropuerto.
rafael.cardona.sandoval@gmail.com