No lo pueden imaginar las pías señoras encopetadas de Lindavista ni los millones de visitantes cuya solidaridad con la Iglesia se expresa en pesos y centavos de cuyo monto nadie sabe con exactitud y cuyo complemento son donativos de distinto orden.
A pesar de la relativa amistad con Guillermo Schulenburg, último abad de Guadalupe, nunca pude saber si la leyenda era cierta; los cepos de la basílica tienen “morrallaductos” cuyo término es un depósito de monedas de distintas denominaciones debajo del altar guadalupano y para recolectar y contar todo aquel río se utilizan empleados con palas para alzar el menudo y luego contarlo y llevarlo al banco.
Pero cierto o falso, nadie sabe cuánto dinero ingresa a la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe, como tampoco conoce los manejos financiero completos de la Santa Madre Iglesia. Ni aquí ni en Pernambuco.
No lo pueden imaginar las pías señoras encopetadas de Lindavista ni los millones de visitantes cuya solidaridad con la Iglesia se expresa en pesos y centavos de cuyo monto nadie sabe con exactitud y cuyo complemento son donativos de distinto orden.
Muchos atribuyen la eliminación de la abadía y la concentración administrativa de la Basílica —y de todos los templos de la arquidiócesis (la más grande del mundo católico o la segunda en todo caso)—, bajo el palio de don Norberto Rivera, al manejo de esas fortunas silenciosas parte de las cuales van a dar dinero al Vaticano.
Hoy se nos dice, el fisco mexicano va a hundir sus colmillos en la garganta del clero y eso en verdad resulta un poco complicado. Y hay ejemplos de como usa la Iglesia su fuero.
Cuando se estaba construyendo la Basílica de Guadalupe, un pobre burócrata del Departamento del Distrito Federal tuvo a bien acudir en pos de la licencia de obra. Habló con Schulenburg, quien lo atendió con sus principescas maneras y sus sibilinas palabras.
Mire, le voy a ensañar la licencia de construcción, le dijo. Lo puso frente al ayate milagroso y le dijo toda la historia de las apariciones con todo y a petición de la Madre de los Mexicanos, para erigirle un templo a su devoción.
—Esa es la licencia, joven. Nos la expidió la virgen el 12 de diciembre de 1531. El burócrata nada más se santiguó y se fue.
Y cuando José López Portillo, secretario de Hacienda quiso cobrar el crédito vencido de la Banca Mexicana Somex a la misma obra, Schulenburg le dijo, mire usted licenciado; nosotros le estamos muy agradecidos a Don Benito Juárez. Yo no tengo para pagar ese crédito y usted no puede embargar la Basílica, porque ya es suya.
—“Don Benito les dio a ustedes las iglesias, pues ahora paguen ustedes la construcción”. Y se rió.
Ahora Aristóteles Núñez quien ha sido una revelación en eso de imaginarse mil y una formas de recaudar más, en vista del fracaso de la reforma fiscal, pues quiere saber cuánto dejan las iglesias y atrevidamente me atrevo a pensar en su futura insatisfacción. Simplemente van a pagar cuanto en gana les venga y no prevalecerán contra ellos las puertas del infierno, ni del SAT.
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_“…et super hanc petram aedificado eclesia meam, et portae inferinos pfrevalrebunt aadversus eam…, lo cual en lenguaje callejero se podría traducir, como aquí os la peláis…
rafael.cardona.sandoval@gmail.com