La explicación es simple: tras las puertas benévolas de un hospital (hospedería para enfermos) se tiende todo un arco de sensaciones dolorosas.
Hace muchos años alguien tuvo la idea de buscar la palabra más hermosa del idioma. La tarea en sí, es imposible; la conjunción de letras y sílabas cuya expresión final pueda evocar lo mejor de la vida, la felicidad, el gusto y lo hiciera igual para cualquiera es afán infinito, pues mientras para unos la palabra vampiro puede significar horrores nocturnos, para otra persona puede significar cosa distinta.
En aquella ocasión la palabra más mencionada fue la palabra amor, pero nadie, ni por equivocación, repitió la palabra hospital a pesar de su tierna raíz de recibir, de acoger, de dar un espacio.
La explicación es simple: tras las puertas benévolas de un hospital (hospedería para enfermos) se tiende todo un arco de sensaciones dolorosas. A fin de cuentas nadie, ni siquiera las señoritas cuyo busto requiere volumen o compensación de las gravitatorias fuerzas contra la carne, mediante la colocación de prótesis engañabobos, o cuya nariz requiere un pellizco respingón, van por placer a un sanatorio.
Los hospitales, sobre todo los actuales cuya decoración oscila entre la sala de espera del ministro y el supermercado con Bublé como música de fondo, son en el mejor de los casos, lugares donde se viven penas, de un tamaño o de otro.
En esta ciudad hay establecimientos de sanación a los cuales llaman nosocomios los periodistas radiofónicos primerizos. Así les dicen a los hospitales públicos, de los cuales hay variedad en el servicio.
Célebre es la calidad de los traumatólogos de Balbuena o Xoco en cuya acera de enfrente, vaya paradoja, hay un panteón, pero cerca la Cineteca y los chocolates Laposse por si se tratara de balancear los símbolos entre la muerte, el arte y la dulzura.
Notable resulta también la calidad de la Clínica de la Columna en el hospital de La Villa (obra del doctor Dufoó), cuya reinauguración, por cierto está programada para esta misma semana, según dice la agenda del doctor Armando Ahued, secretario de Salud del GDF, quien con nuevas batas y limpísimos cubrebocas espera la asistencia del jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera.
Hay hospitales pequeños, clínicas donde se atienden males menores y otros centros de dolor insoportables, como el hospital para los menesterosos más pobres, llamado Gregorio Salas en La Lagunilla, donde una vez miré boxear al esperpento incurable del “Toluco” López, envuelto en una bata sucia y vieja.
Pero como en todas partes hay de todo y para todos. Hay hospitales donde los enfermos se sobresaltan cuando miran un helicóptero descender tras su ventana y otros modestos, como el Lira, atendido por monjas del Espíritu Santo, limpio como una patena; como una mesa de convento, muy cerca de la plaza de toros.
Pero todo esto comenzó como un recordatorio de la palabra más hermosa del mundo. Y alguien dijo, quizá con razón; orquídea.
Otro más, frambuesa y uno añadió: caléndula. Pero nadie dijo hospital, ni motocicleta; tampoco Constantinopla, ni ebúrneo.
rafael.cardona.sandoval@gmail.com