Concluidas las reformas, ahora todos vamos a ver cómo conduce el Presidente al país, dotado ya de las nuevas herramientas para modificar la realidad; la economía, la industria y hasta el futuro nacional.
Durante la reciente y exitosa gira por Veracruz del presidente Enrique Peña, el Ejecutivo se montó en la camioneta y tuvo de copiloto al joven Checo Pérez. El Presidente quería manejar, como suele hacerlo en algunas inauguraciones carreteras y en el tramo puesto en servicio, montó en la camioneta cuyo blindaje difícilmente la haría capaz de desplazarse a las altas velocidades de los autos ligeros y poderosos de Mercedes o Ferrari, en los cuales se desplazan como centellas los tripulantes del circuito mayor.
Pero velocidades aparte, el país tiene ahora una nueva vitrina para dejar ver sus atractivos: la Fórmula Uno, cuya celebración ha venido dando tumbos desde los aciagos días de 1970 cuando la muchedumbre invadió la posta y convirtió a Pedro Rodríguez en una especie de agente vial, incapaz por cierto de contener a los vándalos de la Magdalena.
Tras la frase de invitación al piloto Pérez —quiero que vea cómo conduzco— se puede encerrar simbólicamente toda una actitud pública, especialmente cuando no pasarán más de 24 horas para ver cómo finaliza en el Senado la reforma energética y el arroz reformista se haya cocinado para conocer la promulgación el día 11 de este mismo mes, con lo cual se abre otra etapa de la administración de Peña.
Concluidas las reformas, ahora todos vamos a ver cómo conduce el Presidente al país, dotado ya de las nuevas herramientas para modificar la realidad; la economía, la industria y hasta el futuro nacional.
No será Peña, por cierto, quien vea el resultado de todos estos cambios. Las cosas sucederán cuando él disfrute (o padezca, quién sabe) del retiro del poder, pues algo muy simple les sucede a los presidentes, especialmente en México: nunca más vuelven a tener el poder con el cual alguna vez miraron el país en su puño.
Pero esas son cosas de la elección y la no reelección. Enrique Peña ha elegido un camino: los cambios al futuro en lugar de las instantáneos y favorecedores fulgores populistas cuya deslumbrante contundencia cotidiana abre caminos fáciles de aceptación en lugar de gastos del capital político y descenso en las en cuentas, como hasta ahora ha ocurrido, con el suficiente tiempo, es verdad, para revertir en un futuro no lejano las tendencias.
Al menos ésa es la apuesta política frente a la renovación de la Cámara de Diputados y las elecciones intermedias del próximo año, con Morena agazapado y la revancha de las oposiciones a la vuelta de la esquina.
¿Será posible para el PRI y para el Presidente? ¿Podrá consolidar a su partido como la primera fuerza mayoritaria nacional? Lo veremos pronto, muy pronto.
ATÓMICA
Nunca he visto una explosión atómica real. He conocido tragedias cuya fuerza destructiva habría dejado pequeña la explosión encadenada de los átomos supuestamente indivisibles, pero he caminado por la nueva Hiroshima después de caminar con el corazón en la garganta por el Museo conmemorativo de la devastación anaranjada.
Y es verdad: Hiroshima (“mon amour”, decía Marguerite Duras) es una ciudad moderna, fresca, con un río donde navegan pequeñas barquitas, pero donde, como dice Gabriel García Márquez, siempre se percibe la presencia fantasmal de aquellos 200 mil muertos desvanecidos en el infernal calor de la destrucción terrible.