Los mantos del subsuelo deben servir para darle de comer a quienes viven en el suelo, y entonces no se puede parar una industria por detalles nimios como la siembra de productos agrícolas cuya evolución puede darse en otros campos.
Cuando pensamos en la industria petrolera la primera imagen, como si tuviéramos tatuada la imagen de James Dean, en aquella célebre película Gigante de Elia Kazan, evocamos un enorme chorro sobre la cabeza del futuro millonario.
Quien halla en sus tierras un manto y hace un pozo petrolero, con sus incesantes martilleros y balancines enormes (en Estados Unidos, claro), le mira de pronto el rostro a la fortuna, la cual como todos sabemos es una dama coqueta. Pero cuando se da, se entrega entera.
En México la fortuna es al revés (no se entrega, se voltea).
Hallarse de pronto ejidatario con petróleo en el subsuelo, es verse sujeto de “ocupación temporal” y una renta cuya cantidad ahora apenas se logra divisar. Y si se es un pequeño propietario, verá su tierra mancillada por las máquinas de miles de ingenieros y trabajadores cuyas intenciones son sacar crudo y cubrir con desperdicios industriales las feraces tierras labrantías.
Pero los mantos del subsuelo deben servir para darle de comer a quienes viven en el suelo, y entonces no se puede parar una industria por detalles nimios como la siembra de productos agrícolas cuya evolución puede darse en otros campos.
Al fin tenemos mucha tierra (así más de la mitad sean eriales y pedregales yermos) y de ella deberíamos sacar el alimento mexicano. Y si no, con el tiempo —gracias a la explotación de la energía— tendremos tanto dinero como para comprar en otras partes todos los transgénicos habidos y por haber.
Pero más allá del destino de la tierra debemos pensar en otros pozos. Los pozos sin fondo.
—¿Cuáles? Los del sistema (o los cientos de sistemas) de pensiones. Ni la “Faja de oro” de los tiempos heroicos, ni “Cantarell” con su prodigiosa abundancia se comparan con los infinitos socavones pensionarios hoy urgidos de rescate.
“En principio (CNN-Expansión) la propuesta es que el Gobierno absorba una tercera parte del pasivo laboral de largo plazo de ambas empresas (unos 700,000 millones de pesos de Pemex y CFE), lo cual supone un incremento en la deuda pública de al menos 25%”, expresaron analistas de Santander en una nota para inversionistas el viernes”.
Pero entre pífanos y silbatos; flautines y trompetas, la única posibilidad es, a la larga —dicen otros analistas— cubrir pasivos (deudas, pues) por casi dos billones de pesos, lo cual viene siendo una gigantesca sangría sobre cuya necesidad y conveniencia será difícil convencer a quienes terminarán pagando: los contribuyentes.
Y un elemento de dificultad adicional será el obvio golpeteo político de las oposiciones, las cuales se aprestan a propalar esta simpleza: hasta ahora la reforma energética, tan cantada por el gobierno, nada más ha servido para endeudarnos a todos con dos billones de pesos.
Nadie podría llamarse a engaño si para tomar parte de una carrera se ve obligado primero a reparar el automóvil. Si Pemex quiere competir, debe estar en condiciones financieras para hacerlo. Y como los mexicanos somos los dueños, pues a tapar el pozo sin fondo.