Su paso por la crítica cinematográfica había acercado a Huerta con Rodolfo Landa, hermano de Echeverría, líder sindical de los actores y si no su amigo al menos su conocido. Eso no le impedía el sano juicio en política ni su militancia alegremente comunista. Recalcitrante, genuina hasta el fin de sus días. Pero la lúdica ironía era hermosa.
No tengo la acuciosa erudición de Martí Soler en cuanto a la obra de Efraín Huerta. Él fue el compilador de una bella edición del Fondo de Cultura Económica (1987) con prólogo de David Huerta. Tampoco podría ponerme al lado de Carlos Montemayor quien hizo para el CREA (Editorial Terra Nova) una plaqueta muy hermosa y hasta donde sus dimensiones permitieron, completa e ilustrativa de la obra del gran poeta cuyo centenario también se conmemora este año.
Mucho menos podría escribir de él (y seguramente de ningún otro), un ensayo como el portentoso de Rafael Solana a “Los hombres del alba”. Esas son palabras muy mayores.
Pero si bien no soy un especialista en su obra poética, creo conocer suficientemente sus versos (los malditos versos, les decía él en el borrador para su testamento, ¿recuerdan?) y sobre todo un devoto admirador de su estética y su temática, pero por encima de todo, de su talante, de su actitud ante la vida, de su humor, de su gracia interminable para decir las cosas. Y digo gracia no en el sentido de la humorada, sino de la elegancia, de la ironía, del sarcasmo luminoso.
Los grandes poemas amorosos de la literatura de su tiempo, creo yo, los escribió él. Y no voy a caer en la franca competencia con Sabines. Bastante tuve con verlos discutir hasta los gritos hace ya muchos años. Cada uno tuvo su raíz, cada quien su fruto, y como nos enseñó el gran EH, no es bueno desear la poesía del prójimo. La mujer tampoco, aunque a veces lo segundo se logra (con todos los peligros implícitos); lo primero resulta francamente imposible.
Estas aclaraciones las hago por una razón: el recuerdo (eso es memorar y conmemorar) de Efraín no me llega por el vasto campo de las letras. Me llega por momentos únicos, personales e irrepetibles. Cosas simples, materia de lo cotidiano.
Por ejemplo, algo de lo más recurrente cuando paso por el renovado edificio donde vivía en Lope de Vega y Campos Elíseos, a unos pasos de su amiga María Félix (o sea, tres veces por semana) es su departamento lleno de libros, papeles y una máquina de escribir (Remington, si no recuerdo mal) sobre la mesa del comedor, un sillón de color fuera de la memoria en la sala de estar, una televisión, un señor con bata y ese señor callando a todo mundo (todo mundo éramos mi hermano y yo) porque iba a jugar Brasil y debíamos guardar silencio mientras él se gozaba viendo las arrancadas portentosa de Rivelino, la cosa más linda del mundo.
—“Mira, mira, qué maravilla”.
Por cierto, Montemayor tuvo el buen tino de ilustrar la plaqueta ya mencionada con algunas fotografías maravillosas. En una de ellas están Huerta y Nicolás Guillén (¿… de dónde has sacado tú; soldado que te odio yo…?”); Paul Eluard, Ángel Augier, Pablo Neruda y Miguel Otero Silva. En otra foto, el infinito perfil de María (¿cuál María?, pues María; sólo ha habido una) con los dedos enlazados en sus rodillas, mientras Efraín la mira sentado en el brazo de un sillón.
Dice Montemayor algo realmente interesante sobre la “amorosidad” de Huerta: “En todos sus poemas hay especialmente un combate por el amor, un combate áspero, doloroso, de una riqueza contradictoria que desemboca a veces en el escarnio, en el desastre o en la ternura; es un combate del ser humano en su amplia gama de miserias, rencores, odios, ternura. De los reflejos de ese diamante primordial, el universo poético de EH podría entenderse bajo estos puntos cardinales: amor, política, ciudad y asolamiento.”
Pero todo bajo el común denominador del amor. A los hombres a través de la política, al amor mismo a través del amor romántico o erótico la ciudad como casa del sentimiento colectivo y el asolamiento como punto de terminación o claudicación.
“El poema de amor es la palabra que ya se dijo ayer…”, decía Huerta. Malhaya quien carezca de un ayer y de un mañana, diría cualquier lector atento.
Otro recuerdo insistente en la memoria es la campaña electoral del Efraín González Morfín, cuando el PAN ofrecía simplemente una postura testimonial. GM, como todos sabemos fue derrotado estrepitosamente por Luis Echeverría y el hasta entonces aplastante aparato del PRI.
Su paso por la crítica cinematográfica había acercado a Huerta con Rodolfo Landa, hermano de Echeverría, líder sindical de los actores y si no su amigo al menos su conocido. Eso no le impedía el sano juicio en política ni su militancia alegremente comunista. Recalcitrante, genuina hasta el fin de sus días. Pero la lúdica ironía era hermosa.
Alguien había desmontado un pendón de la propaganda del PAN con la leyenda “EFRAÍN PRESIDENTE”
Y ese plástico lucía orgulloso en un muro de su estrecha biblioteca, junto con una enorme sonrisa.
—¿Quieres una copa?
—Efraín, “son las once de la mañana”.
Y tomó una pluma y una hoja de papel. Me regaló un poemínimo:
“Nunca digas de este whisky no beberé…”
Salud por tus cien años
racarsa@hotmail.com