En esta ciudad hemos visto a una turba azuzada por grupos subversivos prenderle fuego a dos policías hasta quitarles la vida, sin ninguna consecuencia como no fuera el encumbramiento del inepto jefe policiaco incapaz de impedirlo.
Hace algunos días en un programa de televisión un tertuliano de la política dijo: cuando en un país cualquiera un grupo inconforme se enfrenta a pedradas contra la autoridad armada con fusiles y garrotes; escudos y gases, tarde o temprano ganarán los de las piedras.
Posiblemente en México ya ganaron los neo-neolíticos.
Sin embargo el más reciente episodio no recuerda los momentos estelares de la APPO en Oaxaca ni de la CNTE en cualquiera de las ciudades donde han impuesto condiciones a la autoridad cuya impotencia es cada vez más evidente. Ahora todo se redujo al espacio cerrado de un estadio de Futbol. Los sucesos de Guadalajara del domingo pasado son uno de los signos más terribles y tristes de algo a lo cual esta columna llamaría, en espera de una definición sesuda de sesudos politólogos, la disolución de la autoridad y el auge del vandalismo
Las policías en México o sirven para auxiliar a los delincuentes o se usan como punching bag de los infractores vandálicos.
Queda también para otros analistas decidir la diferencia entre el “porrismo” tradicional —con sus derivaciones de control estudiantil y el empleo de grupos de choque dentro de las instituciones de cultura superior (véase el Auditorio Justo Sierra)—, y el “barrismo” deportivo. No deberían ser lo mismo porrista y aporreador).
En esta ciudad hemos visto a una turba azuzada por grupos subversivos prenderle fuego a dos policías hasta quitarles la vida, sin ninguna consecuencia como no fuera el encumbramiento del inepto jefe policiaco incapaz de impedirlo. Con razón la Línea 12 del Metro termina en Tláhuac.
Hemos visto grupos de anarquía militante cobijados por el disimulo y protegidos por algunas perniciosas organizaciones civiles defensoras (dizque) de los Derechos Humanos; conocemos la especie ubicua convertida en brigada invencible para cualquier desorden y hemos atestiguado salvajes con sopletes y cocteles Molotov, incendiar, robar y lastimar sin conocer siquiera una sombra de castigo.
Toda posibilidad de orden es de antemano descalificada como un atropello a los derechos de quienes actúan contra todo derecho, todo llamado al orden deviene en la facilita explicación del “diazordacismo” redivivo y por ese camino la autoridad se diluye, ya en las carreteras bloqueadas, en los campos supuestamente deportivos y en medio de la vida cotidiana.
Y cuando a alguien se le castiga, los vándalos salen a la calle, de nuevo, a repetir el caos, pero con la “causa” de liberar a las “víctimas” de la represión. Y no se diga si se quiere legislar con justeza y justicia.
En esas condiciones resulta inadmisible contemporizar con las escenas de salvajismo del domingo pasado, las cuales ni son las peores ni son las únicas.
El cuadrumano cuya sevicia se goza en los toletazos contra un policía caído al cual golpea con su propia macana mientras otro se ceba golpeando con el casco antes de tirarlo contra las gradas con la expresión de un gorila victorioso, son las peores expresiones de un país donde las fuerzas del orden han llegado a un grado fantasmal en el cual nada más sirven (si eso fuera servir) como mal adorno.
No ponen (o imponen) el orden ni pueden cuidarse a sí mismos, ya no digamos a los ciudadanos.
Los dueños del deporte contratan fuerzas del orden cuya capacidad no es siquiera simbólica, lo mismo en León o en Guadalajara o en el estadio de la Ciudad Universitaria o el Azteca, pero en cada uno de esos “encuentros deportivos” los afectados se cuentan por miles, ya sea por el secuestro de autobuses o las riñas callejeras en las cuales nadie resulta detenido, y si se le detiene se le deja suelto gracias a la alcahuetería de los jueces cívicos y los febles reglamentos municipales.
La pedrea es el lenguaje cotidiano. No sólo para quienes invocan causas justas, democráticas o revolucionarias (lo cual es una falacia plena) sino para quienes prueban con sus acciones la inutilidad del concepto mismo de la fuerza pública. Ese conjunto de debilidades uniformadas a las cuales cualquiera pendejea o patea, inocencia o apalea, no pueden ser el primer eslabón de un país cuya meta es lograr Seguridad Pública con mayúsculas. Ni siquiera seguridad pública con minúsculas.
De las ladies de Polanco a los vándalos incendiarios de Tláhuac, Reforma o el estadio tapatío, la distancia es mínima. De la vieja imagen del policía con bigotes chorreados y rodeado de moscas, tripón y mal fajado a los uniformados yacentes en el piso de un estadio o despedazados a patadas en Atenco, no hay ninguna distancia. Simbólicamente son lo mismo y en la realidad también.
Un país sin autoridad policiaca cuyos pasos, uno a uno, van a la pérdida de la autoridad moral. Le ha pasado como al marido cornudo: se enterará al final, cuando ya se hayan reído de él hasta el cansancio.
Vivienda
El coordinador de los diputados del PRI en la Cámara de Diputados, Manlio Fabio Beltrones, desestimo las críticas a la forma de financiamiento del seguro de cesantía o desempleo cuyo fondeo se hará en conjunto con el fondo de vivienda.
Actualmente, tanto la ley del IMSS como del ISSSTE permiten el retiro de recursos en caso de desempleo, pero no cuentan con ningún fondo solidario de apoyo, como se establece ahora con las reformas aprobadas.