Las empresas públicas, la iniciativa privada y el disimulo favorecido. Ése es nuestro real “Triángulo de las Bermudas”. Desaparece todo, todo cambia de manos y las fortunas concesionadas van al alza.

Las investigaciones en torno de la empresa Oceanografía pasan por alto el más simple de sus elementos: no se trata nada más del fraude contra un banco; ese sería un asunto entre dos entidades privadas o particulares, como se quiera. Además, quien defrauda a un banquero quizá merezca cien años de perdón. No, no es eso.

El nudo del caso es la condición de contratista favorecido sin nadie para explicar de dónde provenían la dicha y la fortuna de hacerse de contratos como quien se gana premios en una lotería arreglada.

La sociedad mexicana tiene un método de estatificación sui géneris: ya no es el caso del burgués y el proletario, sino del ciudadano común junto al concesionario.

La aristocracia pulquera ha sido sustituida por la aristocracia favorecida con licencias, permisos, concesiones a perpetuidad (lo estamos viendo en el caso de los ferrocarriles; todos se defienden invocando la “certeza jurídica” en la prolongada vigencia de sus privilegios), gracias a los cuales se colocan en la cima de la riqueza y forman parte de ese dos por ciento cuyas manos son chicas para acaparar los millones y millones de fondos derivados de su condición privilegiada. ¿Recuerdan el caso de otro concesionario llamado Gastón Azcárraga?

Si bien nadie puede llamarse a sorpresa en el caso de Oceanografía, propietaria de barcos, aviones e instalaciones costosas en varios lugares del país, tampoco hay quien logre poner en tela de juicio la forma como se conceden los permisos de operación, cómo se amplían las concesiones originales y cómo se discierne entre unos y otros aspirantes a la prestación de un servicio cuyas cotizaciones siempre tienen como finalidad estimular las ganancias del prestador y pocas veces el interés de una empresa nacional. La verdadera privatización de Petróleos Mexicanos se ha dado, de manera prolongada, mediante el sistema de concesiones.

Todos conocemos a alguno de estos barones del petróleo. Son dueños de firmas cuya condición millonaria se invoca nada más con el simple nombre: somos concesionarios de Petróleos Mexicanos; le vendemos tubos, carros-tanque, reparto; pipas, ductos, válvulas, equipo de esto y de aquello.

Y para garantizar la tajada de todo aquel por cuyo escritorio pase un papel, las cotizaciones se inflan y los concursos se simulan.

—Tú dame tres cotizaciones; dos las pones altísimas y la tercera; tuya también, la hacemos pasar como la más barata y la adjudicamos. Después te damos una ampliación para concluir el trabajo.

Y eso cuando el trabajo se concluye. Muchas veces las cosas se quedan años en suspenso.

Por desgracia ese esquema no tiene posibilidades de cambiar. Es más, la reforma energética, con todos sus fastos y promesas, no será en muchos sentidos sino la concurrencia de cientos de proveedores, vendedores, exportadores, alquiladores de tecnología; inversionistas extranjeros y algunos nacionales, quienes vendrán aquí a hacer negocios. Y de paso a dejar algunos millones de dólares de inversión y empleo, pero siempre bajo una divisa: la utilidad, el lucro.

Muy pronto veremos litigios laborales y de orden social derivados de la apresurada bienvenida a quienes quieren hacer negocios con Petróleos Mexicanos; en Petróleos Mexicanos o contra Petróleos Mexicanos. La empresa nacional será, si no hay una adecuada vigilancia hasta ahora probadamente inexistente; de la conducta de los capitalistas; la arena de un botín en disputa.

Lo dramático del caso de Oceanografía estriba en la naturaleza de las actuales investigaciones: si no se hubiera defraudado a un banco extranjero y desde Estados Unidos se hubieran impulsado las investigaciones, la empresa seguiría siendo el ilusorio modelo de un grupo de “iniciativos” exitosos. Sí, ¿pero a cambio de qué fueron exitosos?

Lo son tanto como el señor papá Mouriño y sus aliados en la zona de Campeche. Nadie puede explicar cómo se le multiplicaron los panes y los peces. Bueno, si hay quienes podrían hacerlo: sus socios; los dirigentes del Partido Acción Nacional y algunos ex directores de Petróleos Mexicanos, los mismos bajo cuyos ojos entornados floreció el negocio cuya podredumbre hoy asombra a quienes se quiera asombrar con el espectáculo de toda la vida: la corrupción en un circo de tres pistas.

—¿Cuáles?

—Las empresas públicas, la iniciativa privada y el disimulo favorecido. Ése es nuestro real “Triángulo de las Bermudas”. Desaparece todo, todo cambia de manos y las fortunas concesionadas van al alza.

VILLORO

Interesante y hermosa vida la de Luis Villoro, coronada, quizá por un momento estelar: verse junto con su hijo, miembros ambos de El Colegio Nacional, la más importante institución cultural de México.

Esta columna le envía su pésame a Juan y al resto de la familia.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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