Esas cosas nunca se podrán reproducir del todo, pero quizá haya ocurrido así el relámpago del prodigio tiró a Saulo del caballo en la ruta Damasco o cuando a Cortés le llevaron a La Malinche. Un resplandor de prodigio, una revelación, una epifanía. Quien sabe.

Nadie podrá recuperar aquel momento en una casa de apartamentos de la calle de Córdoba; muy cerca al Instituto Nacional de Antropología e Historia o del Arzobispado actual, donde Álvaro Mutis sembró en la mente de Gabriel García Márquez una semilla de posteriores frutos geniales y maravillosos y con su habitual simpatía y su nasalidad de locutor tropical, le dijo mientras le extendía el Pedro Páramo de Juan Rulfo:

–“Tome, para que aprenda, carajo.”

Eso fue hace ya muchos años, tantos como cuando García Márquez escribió (1954) este texto:

“Esta semana empieza a circular un libro que no esta escrito ni en prosa ni en verso, que no se parece , por su originalidad, a ninguno de los libros en prosa o en verso escritos por colombianos. Esta lleno de una poesía cruda, en ocasiones desolada, y tiene un título aterrador: “Los elementos del desastre”.

“Su autor, Álvaro Mutis, actual jefe de relaciones públicas de la “Esso” colombiana, no esta clasificado en ningún grupo o tendencia literaria y no seguramente porque no lo haya querido, sin porque ha estado siempre ocupado en cosas demasiado serias: en el departamento de relaciones públicas de “Lansa”, en la gerencia de una emisora y en un ciento de cosas más, igualmente prácticas, de manera que la mayoría de sus amigos –a quienes Álvaro Mutis les parece un hombre fabulosamente simpático–, no pueden explicarse a qué horas escribe sus libros.”

Pues bien, o mejor dicho, pues mal, pero ese hombre fabulosamente simpático, se acaba de morir.

Álvaro Mutis es como en otros muchos casos un hombre cuya vida personal sobrepasó el conocimiento de su obra. Muchos lo conocieron sin haber leído jamás una líneas ni de sus novelas ni de su poesía. Pero todos sabían de él por una o por otra razón. Por su fraternidad con GGM, por su simpatía arrolladora, por sus finas maneras de monarca sin reino, por su apostura o simplemente por habernos relatado en el doblaje de televisión las andanzas de Eliot Ness y sus “Intocables”.

–“… Aquella noche Eliot Ness se dirigía a una abandonada bodega donde….”

El escritor colombiano, sin embargo, me pareció siempre un hombre de hielo. No quiero decir con esto nada sobre una inexistente frialdad sino un hombre no del todo visible, como los grandes témpanos flotantes, como los “icebergs”. Dejaba ver una parte suya deliberadamente oculta. Una especie de reservada y disimulada timidez, de recato, de prudencia.

A pesar de haber escrito asuntos cuyo origen está en la intimidad, pues en el fondo eso es la poesía una exhibición de la desnudez del alma, Mutis me dio la impresión de siempre guardar un enorme secreto.

“La muerte bienvenida nos exime de toda vana sorpresa”.

Mutis recibió decenas de premios y reconocimientos, pero el más grande todos sucedió de manera artesanal. De tiempo en tiempo yo llevaba libros a un taller de encuadernación oloroso a goma laca y cuero, papel y pegamentos. El maestro me llamó y me dijo, ya están sus libros. De los seis, sólo me dio cinco.

–Maestro, falta uno, ¿no lo encuentra o ya se le hizo bolas el engrudo?

–No, es que no lo he empezado, bueno no lo he terminado”

–¿Cómo?

–Bueno, no lo he empezado a trabajar porque no lo he terminado de leer.”

Esa fue la suerte de homenaje de un vestidor de libros, quien sucumbió entre el hilo y el tórculo a la estremecedora lectura del “Diario de Lecumberri”.

Cuando se lo conté Mutis me dijo con una sonrisa, “se lo hubieras dejado”.

–¿Y yo?

–Pues tu le pagas las tapas.

Cuando un escritor muere siempre se dice, su mejor homenaje es la lectura de su trabajo. Yo ofrezco un fragmento del ya mencionado diario, como quien muestra un cofre lleno de diamantes. La limpieza de este texto, sus elementos emocionales, su profundidad, son asunto mayor. Por palabras como estas Mutis recibió honores y fama, pero algo mejor, nos retrató la vida.

“… Y así pasa el día en medio de signos, de sórdidos hitos que anuncian una sola presencia: el miedo. El miedo de la cárcel, el miedo con polvoriento sabor a tezontle, a ladrillo centenario, a pólvora vieja, a bayoneta recién aceitada, a rata enferma, a reja que gime su óxido de años, a grasa de los cuerpos que se debaten sobre el helado cemento de las literas y exudan la desventura y el insomnio.

“Así fue entonces. Yo fui de los primeros en enterarme de lo que pasaba, después de dos días, dos días durante los cuales el miedo se había paseado como una bestia ciega en la gran jaula del penal…”

–¿Por qué te dieron tantos Premios Álvaro?

No lo pensó demasiado y con una sonrisa pícara y feliz, me respondió mientras me miraba fijamente:

–¿No habrá sido por pendejo?

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

Deja una respuesta