Debe haber sido allá por 1973. Horacio Flores de la Peña era secretario del Patrimonio Nacional y con empeño economicista había lanzado el enésimo “Plan Acapulco”. Todavía la nación tenía de sí misma un concepto burocrático y presumía un patrimonio. Se trataba de reordenar el crecimiento explosivo del puerto.

Había en esos años un intento de actuar de manera decidida. Por desgracia sólo fue un intento.

El secretario invitó al diario donde yo trababa entonces a conocer el proyecto de cerca. Jorge Piño Sandoval (tan querido y respetado) me
puso una avioneta y ahí fuimos.

–Si esto no funciona, me dijo Horacio, perderemos la última oportunidad de hacer las cosas”. Y la perdimos.

Después vinieron otros planes y uno más y el siguiente y la enorme barriga de Rubén Figueroa se cimbraba cuando decía:

–Acapulco se habrá salvado cuando regresen los “iligos” (minúsculos pececitos como espadas enanos durante años extintos en la bahía).”

Y para eso se hizo –entre otras cosas–, un enorme plan hidráulico cuya finalidad era arrojar el drenaje mucho más allá, por la línea del horizonte y cesar en el empeño logrado de convertir la bahía más bella del planeta en el vertedero más grande del mundo. Después vino el “Neza” de Acapulco: la Colosio.

Pero todo fue inútil. El dinero se fue al destino ya sabido: bolsillos de políticos, de contratistas menores y mayores. Todos le metieron un mordisco a la fruta cuya pudrición es ahora inevitable, progresiva y acentuada por los desastres recurrentes. Una y otra vez el plan; una y otra vez la frustración.

“Acapulco produce espuma, exporta raros y oscuros romances e importa géneros humanos de las más disparatadas especies”, decía Francisco Tario quien ha escrito quizá los mejores versos en honor del puerto, sin tomar en cuenta, claro la canción “caletana” de Agustín Ramírez o la interminable cursilería de Agustín y la memoria de la Félix.

Sea como sea hay algo incomprensible en Acapulco. ¿Cómo fue posible cometer a la vista de todos, el enorme crimen de mancillar primero y asesinar después un sitio sin par en el mundo entero?

La decadencia de Acapulco no comenzó ahora. Fue producto nada más de la codicia inmobiliaria por cuya voracidad se convirtieron las playas en lotes para hoteles. La avenida costera debería estar más arriba, rumbo al anfiteatro, para dejar un anchuroso boulevard vial y peatonal cuya ubicación permitiera la vista del mar y no de los edificios. Eso habría facilitado además el drenaje por las grietas de los montes cuando bajan al océano.

Pero se permitió todo lo contrario, al amparo del alemanismo depredador.

–Todo se hizo mal, decía Teddy Stauffer en amarga confidencia, ya en sus últimos años, cuando sostenía su vejez (decía el malvado
malvado Ricardo Garibay)de hidra roja en los brazos de mujeres de belleza indescriptible siempre dispuestas a cuidarlo como una ninfa agradecida con su anciano fauno.

Quizá en los versos de Tario se encuentre la explicación de la conducta acapulqueña: “venga a hacer lo que le de la gana”, decía el poeta cuando se refería al libertinaje al cual nos compele la magia. “Aquí se encueran hasta las monjas”, decía Armando Sotres.

Pero hoy ese lugar tan hermoso se encuentra con su enésima agonía y no hay indicios de cambio alguno en la estrategia de corregir lo incorregible.

Si hace meses la Colosio era ya una especie de Calcuta atrofiada; hoy las cosas no pueden ir mejor.

Como prueba de la palabrería sin sentido (en México los “planes técnicos” son pésima oratoria), le ofrezco esta pieza extraída de “La jornada de Guerrero”, periódico propiedad—por cierto—de Félix Salgado Macedonio, quien desde esas páginas se promueve como prospecto del PRD para suceder al célebre Ángel Aguirre.

“Después de 10 años Acapulco actualizará (enero de este año) el Plan de Desarrollo Urbano y trabajará en la renovación del Plan Parcial sector Diamante (donde hoy navegan submarinos), informó Manuel Malváez Rosillo, secretario de Desarrollo Urbano y Obras Públicas del puerto (SDUOP).

“El funcionario municipal indicó que la renovación de ambos reglamentos llevará un mínimo de seis meses.

“Mencionó que «el plan debe estar actualizado a la realidad; los planes normalmente se actualizan cada dos años y el de nosotros tiene 10 años desde que se instauró y no tiene actualización a la fecha”.

“Malváez Rosillo manifestó que «teniendo esta actualización vamos a poder estar en condiciones de poder autorizar una licencia de construcción en dos o tres semanas, es una de las acciones que tenemos que comenzar a la brevedad”; pues recordó que actualmente “obtener una licencia de construcción en ocasiones se lleva más de año y medio, y eso lo saben perfectamente todos los inversionistas y es conocido a nivel nacional”.

Como se ve cuando la planeación urbana se confunde con la tramitología, las cosas se anegan en mares de agua, pero también de estupidez crónica.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

Deja una respuesta