Allá a lo lejos –un poco agua y un poco cielo–, donde el ojo limita y define, hay una fina línea de plata indiferente al vuelo de los halcones marinos y los cormoranes. Quietos como enormes y perezosos espejos azogados el Deva y el mar se mezclan en líquido silencio y dejan correr sus torrentes mansamente, sin ruido y sin oleaje, como en un eterno murmullo.
Los expertos lo llaman el horizonte. Los inexpertos también; los militares, sin embargo, le dicen límite de seguridad y lo han señalado con un rosario de boyas debajo de las cuales –dicen—vigilan los cíclopes submarinos en torno de este islote blindado por el aire y el suelo y el viento y el mar, donde los líderes del mundo se han reunido bajo la sombra firme de la Federación Rusa cuya pujanza es tan evidente como el brillo de los ojos de cobalto de esa muchacha quien nada quiere saber de cumbres políticas y simplona pregunta si en México hay elefantes.
–“Pues en los circos”. Y ella ríe.
Pero de vuelta a las cosas formales de la madeja internacional debemos reconocer algunas cosas mientras en las pantallas todos observan la fugaz fotografía oficial (de familia, le llaman en la jerga del G-20) en la cual todos los dirigentes de la magna asamblea planetaria, hacen como si estuvieran contentos y satisfechos y alzan la mano imaginando cómo los van a ver tan dichosos y a juzgar como tales en el futuro.
–“Uno, dos, tres”. Y se acabó. Y lograda la imagen el grupo se dispersa y ya tiene cada mecate su chango y cada olivo su mochuelo.
Acostumbrada a los fastos de la realeza y aun a los asaltos de los bolcheviques y los sobresaltos del Palacio de Invierno; los cañones del acorazado “Aurora” –surto en aquel muelle apenas visible, junto a los modernos barcos-patrulla–, el fin de los Romanov, la epilepsia de Dostoievsky, el granito de Pedro el Grande, los recuerdos de sus terribles inundaciones, los poemas de Pushkin y tantas cosas más, San Petersburgo ya no quiere más sangre derramada, como en recuerdo del asesinato del zar Alejandro II se llama su más simbólica iglesia, ese delirio de policromadas cebollas y mosaicos y agujas en fuga hacia las nubes.
Y en recuerdo de eso y de quien sabe cuántas cosas más, Vladimir Putin, el hombre cuya mirada dura y gris (como el viejo telón de la Guerra Fría) confisca la reunión del G-20 en la cual se venía aquí a hablar sobre abstracciones e imaginerías como el desarrollo sustentable, el empleo mundial, la economía balanceada en la globalización implacable, y decide convertirla en una especie de Consejo de Seguridad Alterno y con los principales jefes de Estado o gobierno ahí sentados en sus sillones de cuero blanco o secuestrados en el protocolo de una isla –en una zona de trabajo construida con pabellones de plástico y césped artificial–, los conmina a una definición tras la cual Barack Obama, con todo su hermosa corbata azul y su sonrisa de espléndida dentadura, se queda solo, terriblemente solo en su búsqueda de apoyos para invadir Siria como años antes hizo en Irak su antecesor, el republicano George Walker Bush, de tan infausta memoria.
Y por si algo le faltara, se enfrenta a la acrimonia de Enrique Peña Nieto y Dilma Rouseff, por los asuntos del espionaje, suavizada como en el caso mexicano o en pleno estallido tal ocurre con los brasileños por causa del episodio ya sabido del espionaje denunciado por Snowden cuya novelesca vida lo conduce de la infidencia traidora al transexualismo más sorprendente.
Por eso Obama, durante una conferencia de prensa, ha dicho:
“Les aseguré que voy a tomar esas acusaciones muy seriamente, que entiendo sus preocupaciones. Entiendo las preocupaciones de mexicanos y brasileños, y vamos a trabajar con ellos para resolver lo que es una fuente de tensión”.
Eso mismo había dicho el Presidente mexicano a los reporteros de su comitiva informativa reunidos en esta ciudad durante una plática al fin de la jornada, en la cual les dijo además de la cercana agenda de estos días en la ciudad de México. Días de labor intensa, de trabajo incesante con las reformas pendientes, razón por la cual el secretario de Hacienda, Luis Videgaray no se queda a la reunión “geveintenera” completa y se vuelve a México a preparar todo lo de esta tarde cuando se haga el anuncio tantas veces esperado:
–No haré ningún adelanto”, dijo EPN ante el ansia frustrada de quienes le insisten siquiera por un indicio. Pero en si no podemos ir al Salón Panamericano ni a Los Pinos, volvamos a Rusia.
Esta no ha sido una cumbre agradable para Obama quien chocó, además, contra la muralla rusa, así uno de sus incondicionales, David Cameron, haya querido ablandar a Putin mediante un pérfido recurso, decirle ignorante sobre lo ocurrido en Siria con el negro episodio del gas ponzoñoso, cuya dispersión fue deliberada –dice el británico con el guión en la mano–, por parte del ejército regular. Pero a pesar de todo no todos quieren irse a la yugular de Bashar Assad.
Hay quienes aun creen en la existencia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y la causa de legítima defensa antes de soltar la alegre metralla sin la cual por lo visto, no hay gringo feliz.
Pero “Alemania y otros países europeos insistieron en la necesidad de esperar el informe de la ONU, mas el canciller francés, Laurent Fabius, dijo que el reporte podría ser decepcionante, ya que sólo confirmará que en Ghuta se utilizó gas sarín como arma de destrucción masiva, mas no dejará en claro quién lo disparó.
Pero mientras sucedían cosas en Vilna, otras ocurrían en el Palacio Konstantinovski cuyo proyecto original, como todo mundo sabe fue concebido en el plácido golfo de Finlandia por el arquitecto Jean Baptiste Le Blond para Don Pedro “El grande” quien quiso hacer ahí el Versalles del Báltico, pues además de un genio militar y político era Don Pedro el magno, hombre de sensibilidad exagerada, quizá tanto como para construir y dejar a la eternidad ese edificio apabullante con puentes levadizos, canales, fuentes cuanto hay, y usarlo como residencia veraniega o como pabellón de cacería. En ese sitio, con su enorme grandilocuencia escenográfica, los rusos suelen deslumbrar a sus visitantes en salones de asamblea como el “Dionisio” o el de “Mármol”.
Además de llevarlos a cenar entre molduras, malaquitas y bronces en ocasión del G-20 y dispararles un espectáculo artístico impresionante, decidieron también hace una década, celebrar los 300 años de la ciudad más bella de esa parte del mundo y también reunir la conferencia del G-8, en 2006, como si dijeran cada vez, “ahí nomás pa´l gasto, mi buen”, mientras el visitante con ojos de plato colma la batea de Pavlov con su estupor mientras mira la colección heráldica antiguamente expuesta en el Ermitage y algunas otras maravillas antes de llegar a cualquiera de los salones de conferencia de este salón presidencial alterno, como diríamos en México.
Pero la reunión del G-20 ha terminado y México pudo ahí dejar una nota de amplitud considerable. Si los fines planetarios de estabilidad financiera, de crecimiento, de creación de trabajo y de convivencia han de ser resueltos, no será bajo las reglas y condiciones de hogaño.
“Señalé que México –dijo el Presidente–, está emprendiendo una profunda y extensa agenda de cambio estructural. Por ejemplo, la Reforma Fiscal (que) consolidará la estabilidad y el crecimiento económico. Al simplificar el sistema fiscal, incrementará la competitividad de la planta productiva, especialmente de las micro, pequeñas y medianas empresas”.
Obviamente las reformas no salvarán al mundo, pero el mundo no nos salvará si nosotros no hacemos nuestras reformas. Ese parece ser el mensaje.
LA VERDE
Venía en vuelo el Presidente de la República cuando se comenzó a desgajar el árbol de la esperanza deportiva. El mundial se escapaba poco a poco. ¡Cuás! El batacazo de una rama por el suelo. Otra vez la noche triste. Al repostar en Canadá ya todo se había consumado.
Todo era “mala onda”, todo era un preguntarse ¿pero cómo? ¿Y si también para esto hacemos una reforma estructural? Al parecer se nos presenta la historia nuevamente. Cuauhtémoc en Las Hibueras.
–¿Deberíamos romper relaciones con Honduras, le dice alguien al canciller Meade. Y él nada más sonríe y se aleja con pasos presurosos. La gira ha terminado