La reciente pregunta del Papa Francisco sobre una identidad sabida de sobra, pero exhibida como restricción para juzgar a los homosexuales cuya intención sea acercarse a Cristo (los otros no) nos lleva directamente al enfrentamiento entre san Ignacio de Loyola y el “mínimo y dulce Francisco de Asís”, como le llamaba Rubén Darío.
Es decir, ¿estaría dispuesto el Papa a contradecir en el trabajo pastoral (no en las entrevistas de prensa donde todo es fácil y se compensa con titulares a lo largo y ancho del mundo) el texto vaticano del Catecismo al cual hizo referencia?
En muy sencillo citar el catecismo de manera incompleta (cosa jesuítica) y otra muy distinta cambiar su texto y sentido de enseñanza. El catecismo actual publicado por un Santo canonizado por el Papa Francisco con indagaciones teológicas escritas por el actual Papa Emérito, es bien preciso: la homosexualidad es condenable.
Y la condena es el resultado de un juicio de valor. Juicio es en castellano el sentido de la inteligencia; en lógica una función del intelecto junto con la idea y el raciocinio. Pero entre juzgar y enjuiciar hay una diferencia de tintes jurídicos.
–¿Podríamos –para empezar– leer el Catecismo? Veamos:
“2357.- La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.
“2358.- Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.
“2359.- Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana”.
Más allá de si uno cree en estas palabras, en esta interpretación de la vida, el pueblo católico, supuestamente, tiene obligación de vivir de acuerdo con ellas. Es decir, los católicos leyentes de esta enseñanza o instrucción (eso significa catecismo) deben creer en la frase central de los párrafos anteriores: los homosexuales “no pueden recibir aprobación en ningún caso”. Las escrituras los consideran depravados y la tradición los llama intrínsecamente desordenados; es decir, fuera de orden.
Obviamente al mundo “gay” (o a buena parte de él), las palabras del Papa les parecieron un alivio a la milenaria condena contra su forma de sentir y vivir, presente desde los tiempos de Sodoma.
Pero la discusión debe quedar fuera del interés directo en el tema. Lo notable es ver si esta tolerancia tan mediática y tan políticamente correcta expresada por el Papa cuyo guión de corrección política lo ha llevado rápidamente de la sorpresa a la aceptación, es un recurso de imagen o una verdadera expresión de su conciencia y quizá de su compromiso con las minorías.
Si el Papa se pregunta a sí mismo quién es él para juzgar a los homosexuales, éstos deberían preguntarle si la Iglesia entonces tiene derecho de seguirlos estigmatizando. ¿La institución queda por debajo o por encima de las palabras papales? El catecismo juzga. El papa se abstiene. ¿De verdad se abstiene? Esa sería la pregunta.
Por ahora tienen más peso las enseñanzas oficiales. Las palabras del Papa, expresadas en una entrevista de altura (a bordo de un avión), pueden servir para salir del paso, pero debemos saber si la Iglesia está dispuesta a dar el paso de la (digámosle así) “neutralidad” ante la vida sexual diferente. Lo veo imposible.
Aceptar la homosexualidad como algo natural y humano, sin asomo pecaminoso, obligaría a la SMI a modificar algunos de sus conceptos básicos, sobre todo en cuanto a la familia y el matrimonio; la educación de los hijos y la organización social.
A mí ni me pregunten. El tema me interesa poco y sigo pensando en aquello del viento, el papalote y el deseo de cada quien.