Cuando algunas personas llegan a mi edad siempre dicen: a mí ya nada me sorprende.
A mi sí. Me sigue sorprendiendo la cantidad de personas capaces de tragar sin masticar; es decir, de creer sin pensar, de darle a los medios (en especial a quienes se presentan como portadores de verdades científicas) credibilidad en asuntos evidentemente falsos; me sorprende la incapacidad de discernir, de engullir el anzuelo, de comulgar con las ruedas de tantos y tantos molinos.
Uno de esos casos, y lo he comentado aquí es el de la “alerta volcánica”; advertencia inútil, si las hubiera, con todo y sus rebuscadas fases cromáticas, naranja, verde, roja; fase primera, fase segunda y quién sabe cuántas zarandajas más.
Y también me ha sorprendido una voz disidente en el concierto de las calamidades previsibles, como se ha dado en catalogar la casi imposible erupción catastrófica del humeante Popo. Me refiero a un texto de Fernando Amerlinck, aparecido hace días en mi correo y no se si en algún medio formal.
Su columna “Los inocuos estornudos de don Gregorio” y las mías sobre este tema, tienen muchas similitudes que harto celebro. A veces es bueno no sentirse tan solo. Por eso lo quiero compartir:
“El nombre del coloso geológico llamado Popocatépetl (popoca “humear”, tépetl montaña o monte) es la manera náhuatl de decir “montaña que humea”.
“Literalmente, volcán en náhuatl se dice Popocatépetl. También —por una tradición perdida en la tenebra del tiempo, en memoria del mítico Gregorio Chino Popocatépetl— lo llaman don Gregorio o don Goyo, con respeto y hasta cariño, los moradores de sus faldas (si es que los muy masculinos volcanes tienen faldas; mas bien convendrían tales prendas a Rosita Iztaccíhuatl, mujer perpetuamente dormida).
“Lo de volcán proviene a su vez de Vulcano, dios latino del fuego, latinizando al griego Hefaistos, que viene a ser lo mismo (los dioses romanos traducen a los griegos, los mayores inventores de dioses en esa época que, salvo quienes la vivieron, todos llamamos “mundo antiguo”).
“Regreso a tierras mexicas. Los nahuatlacos llamaban en su idioma “volcán” a una montaña humeante pero nuestros contemporáneos tienen miedo a esa montaña que escupe magma, estornuda humo y tose ruidosa y cenicientamente. Y vienen los ecos de una novela que jamás leyeron, ni yo tampoco: Los Últimos días de Pompeya, de Lord Edward George Earle Lytton Bulwer-Lytton (1803-1873).
“Pero basta ya de erudición delegable a la Madre Wikipedia, venerable sucesora contemporánea de D’Alembert y Diderot. Regresemos de nuevo a nuestros lares. Mi amigazo Guillermo Fárber narra esta volcánica historia:
“No sé si es cierta o inventada o nada más exagerada (pero a juzgar por el nivel de nuestros políticos, cualquier cosa se puede creer):
— ‘Ahora que hablas de don Goyo, recordé una anécdota muy entrañable que ocurrió el 15 de mayo de 1985. El volcán Tacaná que está rumbo a Unión Juárez (último municipio del sur chiapaneco) empezó a tener estas manifestaciones de cenizas y fumarolas. Entonces Sabino Mirón, el presidente municipal de aquel tiempo, citó al pueblo en el parque central para leerles el siguiente comunicado:
—Ciudadanos, no debemos preocuparnos de todo lo que le ocurre al volcán Tacaná, porque ya enviamos a los vulcanizadores, para que solucionen este problema”.
Alguien le gritó: ¡Pues así sí nos calmamos!’ A la postre no pasó nada. Esos vulcanizadores han de haber sido muy efectivos.”
“Tales vulcanizadores me recuerdan al mejor vulcanizador de nuestros tiempos, a la sazón secretario de Gobernación, quien discurrió inventar una orgía de gastos y temores que nos harían pensar en México D.F. como sucursal de Pompeya y Herculano.
“Constituyó un dinosaurio presupuestívoro llamado Centro Nacional de Prevención de Desastres (para los siglófagos: Cenapred) que justifica su gasto emitiendo informes, dibujando rutas de evacuación, pintando alarmas de colores y contratando geólogos y comunicadores e incurriendo en gastos inútiles.
“Por qué inútiles? Porque el Popo se llamaba “montaña que humea” mucho antes de que conquistaran el Anáhuac los españoles y de que llegara a la secretaría de Gobernación un señor (Santiago Creel, digo yo) que quería ser presidente, y desde siglos antes de que hubiera arcas de dinero público para despilfarrarlo en asustar e inducir un estado de ánimo de miedo ante la naturaleza.
“Y si no, ¿ por qué tiene cámaras allí Televisa y nos da cotidianas noticias sobre las toses, estornudos y escupitajos del venerable anciano? Jamás vomitará lava y fuego como para evacuar a nadie de los que se han acostumbrado a vivir allí celebrando sus regurgitaciones, y que cada 12 de marzo, fiesta de San Gregorio Magno, festejan su cumpleaños. Nunca Amecameca será Pompeya, por el simplísimo motivo de que ese volcán constantemente pierde energía, pues por algo humea; mas las huestes de vulcanizadores siguen asustando y asustándose.
“Los volcanes de veras peligrosos son los que, como los terremotos, revientan de repente, no los que están vivos porque desahogan energía en fases de pánico televisivo.
“Hablo del Krakatoa, el Vesubio, el Saint Helens o el novedoso Paricutín (1943). Los volcanes destructivos no avisan. En México, tierra de volcanes (evoco al insigne historiador “usamericano” de homónima obra, Joseph Schlarman) deberíamos de saber un poco más de esos dragónicos monstruos que nos dan carácter. Los volcanes, los Popocatépetl, hacen de nuestra patria un geológico cinturón de fuego.
“Salvo que el propósito mediático sea provocar una cultura del temor, el Centro Nacional de Prevención de Desastres es, en el mejor caso, un monitor que no evita ni puede prevenir desastres por demás ordinarios de la naturaleza; los terremotos y huracanes son infinitamente más graves que un volcán que aligera energía con espumarajos de fuego y ceniza”.
Y dice más, pero por ahora el espacio se ha agotado. Gracias, Fernando.