El Ángel de la Victoria y la esbelta columna lucen esplendorosos bañados por la luz. Sus alas de oro se extienden hacia el cielo y su pedestal heroico y funerario tiene a un mismo tiempo, los contornos grisáceos de las lámparas de su entorno y les entrega a los patricios y las alegorías de ley y justicia, la gravedad del claroscuro y la frescura de la cálida noche.
A unos metros los bailarines de la barriada hacen malabarismos del Bronx y saltan y brinca en un “rave” de ocasión, precisamente frente a los leones del Banco de Shangai.
Por las aceras centrales del Paseo de la Reforma los pabellones multicolores hierven. Es el festival de los pueblos amigos. Todos atraén con sus artesanías, sus comidas, su música y algunas hermosas dependientes, como esa niña de los ojos azules en la tienda de la República Checa, quien de seguro se llama Ludmila o esa habilidosa mujer de Bangaldesh de cuyas manos salen tatuajes de “henna”; o la morena de mágicos dedos en el trenzado de diminutos enredos africanos en la pelambrera de Juanita, una joven regordeta visitante de Valle Dorado.
Es la noche de todos y de todo. Hay quien busca maíz reventado en los dominios del “stand” de los Estados Unidos o quien se deja envolver la cabeza con un “keffi” árabe en la sección dedicada a Túnez o Marruecos; la República Árabe Zaharahuí, donde se expenden las insólitas frescuras de la yerbabuena mezclada con menta.
Venden pupusas los salvadoreños y ofrecen largos panes las jóvenes francesas de la “egggge” inacabable incapaces de decir, rápido ruedan las ruedas del ferrocarril; no, “fegocaguil”, no; ferrocarril.
Todo eso sucede, cosas de la paradoja nacional apenas a unas calles de Lancaster donde los tepiteños de mala entraña se despacharon con la cuchara gorda de un secuestro cuyas particularidades la autoridad comienza a conocer con cuentagotas y a 48 horas del múltiple asesinato de visitantes de un gimnasio en la colonia Morelos, como si se tratara de dos ciudades, de dos mundos distintos, opuestos e irreconciliables.
Pero no. La ciudad es una y quizá por eso el jefe del Gobierno, Miguel Ángel Mancera dice convencido: los delitos cometidos en días recientes no van a desestabilizar a la ciudad de México. Su agenda es diversa, enorme, múltiple y uno diría inabarcable como para verla sucumbir por los crímenes e las pandillas a quienes, obviamente se les debe marcar un alto,
No un alto territorial sino uno definitivo; no un reordenamiento superficial en las áreas donde se disputan sus ilegales expendios, sino una actividad pública para suprimir esas actividades, no importa donde se presenten, si en las calles ahora llenas de personas jubilosas con niños y familia o en las esquinas lóbregas de la barriada cuyos motivos pueden ser muchos pero cuyos límites ya se han desbordado.
No vale ahora hacer, como otros lo intentaron con relativo éxito, una antropología de la pobreza. Tampoco una apología del falso humanitarismo de los viejos barrios capitalinos hoy asfixiados por el tugurio, la ilegalidad y el desempleo. Eso está bien para las nostalgias, no para la solución de los problema actuales.
Ahora se requiere liderazgo político, firmeza en la conducción, apego a la legalidad y limpieza en todos los órdenes. Y Mancera lo ofrece. Veamos la (sin retórica) prueba de fuego. ¿Orden o desestabilización?
“Tugurización”, le ha llamado al proceso de confinamiento urbano el notable “hojalatero social”; Alfonso Hernández, quizá el último (si no el único) sabio tepiteño.
SENADO
Quien alza las campanas para celebrar los recientes momentos de la poilpìrica exterior mexicana es el senador Emilio Gamboa, coordinador de los priístas en la Cámara Alta.
Dice:
La visita a México, en los últimos 45 días, del Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, la presidenta del Consejo de la Federación de la Asamblea Federal de Rusia, Valentina Ivánovna Matvienko y el Presidente de China, Xi Jinping son muestra de una inusiotada promoción nacional y un desusado activismo internacional, cuyos primeros efectos han sido convenios y acuerdos tangibles con los cuales se ayudará a detonar todo el potencial para impulsar el desarrollo económico y acelerar la respuesta hacia los millones de mexicanos requeridos de una política social con mayor capacidad.