Nadie ni siquiera en los más profesionales delirios del ocio sociológico (casi son sinónimos) ha podido imaginar siquiera cuántos discursos se han pronunciado en la Cámara de los Diputados. Decenas de miles, diría yo. Buenos, malos, francos, ciertos o ficticios, pero verbo político al fin.

También discursos jurídicos, contestatarios; blasfemias, invectivas, defensas férreas, ataques despiadados, insultos, ironías, mentiras viles, promesas vanas. Frases para el mármol cuyo destino fue el aire; oraciones construidas por poetas citados y citables; pasto para las ocho columnas, chisporroteo de “pirócratas” (si se me permite el, neologismo de quienes gobiernan desde la pirotecnia) y en general frases al viento con fracasada intención de eternidad.

Por eso ha sido tan impresionante la atmósfera electrizada, mesmerizada diría alguno, en medio de cuyo silenciosa contundencia fue escuchado el discurso pronunciado por Jacobo Zabludovsky en el salón de plenos de San Lázaro el pasado día 30 al recibir la presea “Eduardo Neri, al mérito cívico”.

No ha sido sólo una pieza de orador elocuente. Ni quería persuadir, ni buscaba convencer. Sólo exponer y exponerse; mostrarse en comunidad. Por eso logró la comunicación. Ha sido un mensaje entrañable entre seres humanos tocados por el soplo fugaz de la sensibilidad y la sencillez totales en un edificio donde se escamotean sinceridades y habitan los dobleces de la política. Y no es poco.

Releo mis notas de reportero:

“…No puedo olvidar aquí en este juego de malabares de mi vida y su origen y mi vocación y mi destino, las manos trémulas y los pasos vacilantes de Jorge Luis Borges a quien le escuché decir en voz murmurante estas líneas en las cuales quisiera retratarme:

“…Un hombre que ha aprendido a agradecer
las modestas limosnas de los días;
el sueño, la rutina, el sabor del agua…”

“Si yo pudiera en una paráfrasis muy libre hacer míos esos versos, les diría a todos ustedes el tamaño de mi agradecimiento.

“Mi rutina ha sido el trabajo, el interminable y a veces fatigante y absurdo trabajo del reportero quien como Sísifo sube todos los días la piedra de la realidad, para verla caer a la mañana siguiente, cuando de nuevo están plana la llanura y altiva la montaña, para subir otra vez y otra más , día con día en el interminable rosario de los hechos que debemos recoger para los demás.

“Porque el periodista, por encima de todo, necesita siempre pensar en los demás y por eso casi nunca tiene tiempo para la primera persona, excepto cuando –como lo hago yo ahora— reflexiona sobre sí mismo frente a personas cuya generosidad lo ha colmado.

“He llegado a este punto de la vida después de parar en muchas estaciones. He visto la mudanza de los tiempos, el cambio de las costumbres; la decadencia de las sinfonolas y la apabullante mirada de las estrellas.

“He sentido amor y dolor en mi trabajo. He visto muertos, he visto recién nacidos. He conocido héroes y tiranos. He visto revoluciones triunfantes y gobiernos de oprobio. He nacido mil veces en cada página del periódico y en cada lanzamiento al espacio y en cada cabina de radio y en muchos estudios de televisión.

“No ha sido una vida vana; no al menos en el juicio de ustedes quienes hoy me recuerdan el mérito de mis afanes.

“He conocido el mundo y he sentido el olor especioso de casi todos los mares y la nieve azul de algunas montañas y he mordido el jugoso durazno de tantas alegrías con mi compañera de toda la vida, Sara, y con mis hijos Jorge, Abraham y Diana y con mis ya numerosos nietos y biznieto, a quienes no menciono uno a uno pues podría parecer que estoy pasando lista en la escuela.

“Hoy es una buena ocasión para la gratitud. La plena virtud del agradecimiento para ustedes, pero también y por encima de todo, a la vida misma y a ese ser multimorfo, anónimo y ubicuo al cual llamaré el público. Los lectores, los radioescuchas, los televidentes. A todos ellos.

“A la vida y a sus muchas oportunidades y a sus pruebas y a sus castigos y a su rigor y a su ternura. Parece mentira pero en este momento, a mis escasos 83 años de vida y mis 70 años en el periodismo aun hay sol en las bardas y todo cabe en dos simples sílabas: gracias”.

Por todo eso yo quisiera comentar ahora mis motivos de alegría solidaria (perdón por la primera persona) ante la emoción compartida con tantos.

Hace 63 años, en la calle de Nápoles de la colonia Juárez de esta ciudad, conocí –me dijo mi madre– a Jacobo Zabludovsky, cosa altamente dudosa eso de conocer, pues de haber ocurrido tal y como ella dijo, no podría yo haberme dado cuenta de tal presencia pues en aquellos momentos yo tenía los ojos cerrados.

Acababa de nacer y el señor licenciado amigo y compañero de estación radiofónica de mi padre, se presentó a la maternidad con un ramito de flores para la señora (mi madre). Si eso fue así, tras el obstetra, las enfermeras y mis padres, mi primer contacto con una persona fuera de la familia, por mínimo como haya sido, fue con él.

Y lo he seguido teniendo a través de los años, lo cual es –al menos para mi—algo a toda madre, a pesar de no haber podido ni con el afecto hallar en tantos años definitivas coincidencias en la taurina materia.

Y esto lo cuento para acabar con el mito ese de la “objetividad” de los periodistas, como si no tuviéramos afectos, afinidades, historia, carne, huesos, sangre y legítimos compromisos.

Yo si los tengo y por eso le digo:

¡Enhorabuena!, Jacobo.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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