Poco tiempo después de la destrucción del WTC en Nueva York, en el no tan lejano 2001, Osama Bin Laden, lanzó sobre la susceptibilidad americana una maldición perpetua pues cada evento dramático en el cual se supone o confirma la presencia del terrorismo la resucita: “no volveréis a dormir tranquilos” les dijo a los millones de estadunidenses siempre celosos de su bienestar, su reposo ante la TV, su siesta en el salón, su “family room”, su porche en las suaves tardes del “midwest” o sus casas de descanso en los Hamptons o la playas de Malibú, pero también a los habitantes de los fieros suburbios de las grandes ciudades. El miedo nos iguala a todos.

Quizá ese mismo temor pensaba inducir Benjamin Sachs cuando en una solitaria carretera de Wisconsin una bomba casera le estalló en las manos dentro de un auto y lo mandó a un lejano más allá, tan infinito como solo puede serlo el reino imaginario de un novelista quien le dio a un tiempo la vida y la muerte. Obviamente me refiero a “Leviatán”, la magna novela de Paul Auster.

Por desgracia quien o quienes colocaron los tres explosivos del terror bostoniano de ayer no fueron tan torpes como Sachs y las bombas causaron el efecto deseado. Quizá menos, pues otros dos artefactos jamás estallaron.

“The Globe” , el diario más tradicional de esa ciudad, resumió así el horror en esa añosa y educada capital:

“ el maratón de Boston es un acontecimiento del más alto perfil, con un sentimiento de fraternidad mundial –dice Juliette Kayyem–, y por eso resulta muy atractivo para cualquier terrorista con o sin agenda. El mundo lo estaba mirando con atención deportiva y social y a alguien se le antojó convertirlo en un espectáculo terrorífico.
“El presidente Obama no mencionó ni el terror ni el terrorismo en su mensaje inicial, pero eso no tiene mayor importancia. Ocurrió y no importa cómo lo nombres.”

Pero en esta vida sí es importante –decía Borges—darle a cada cosa su preciso y verdadero y no sabido nombre. Sólo con la definición correcta de los fenómenos sociales se les puede corregir, combatir o terminar, según el caso.

De acuerdo con las primeras investigaciones, la rusticidad del ataque, su Imprecisión y hasta la hora de los estallidos, hace pensar en una acción de origen interno. Sin embargo la salvajada y la impiedad de todos modos están presentes, sea cual sea la raíz de malignidad de sus autores.

En su novela “El agente secreto”, Joseph Conrad busca a un hombre tan perverso como para cometer un incalificable acto terrorista: volar el observatorio de Greenwich, lo cual no habría sido nada comparado con la incursión del “Septiembre Negro” en Munich o los aviones tripulados contra las Torres Gemelas.

El atentado contra Boston se produce en plena discurso sobre el comportamiento de los compradores de armas de asalto. Hoy no ha sido un orate en el cine con sentimientos de “Joker” en busca de Batman. Hoy no es un perturbado en una escuela secundaria ni un loco con AK-47. Se trata de otra clase de enfermos.

Y esa debería ser la principal intranquilidad para la sociedad americana: no la cantidad de locos armados. Simplemente la insania masiva.

Como diría Kayyem, no importa cómo los armes, lo importante es su conducta.

En ese país no hace falta revisar la Segunda Enmienda, hace falta analizar cómo se llega a un perturbación colectiva cuya población –si se confirma la especie— se puebla de “unabombers”, asesinos en serie y sicópatas de diversa orientación, suficientes para atiborrar con más de dos millón de delincuentes en las cárceles de la Unión Americana y otros tres en libertad vigilada mientras afuera el número crece.

Daniel Friedman nos dice:

“…la cantidad de presos, las personas controladas por el sistema correccional y los gastos gubernamentales en el sistema
penal-penitenciario no han dejado de aumentar de modo inédito e inconmensurable en la historia americana y mundial. Mientras el 65 por ciento de los países se encuentran por debajo de una tasa de 150 presos por cada 100 mil habitantes, la tasa en Estados Unidos es de 645, superada sólo por Ruisia (685).

“La cantidad de reos ya llega a los dos millones, y si se suman los individuos cumpliendo condenas de “probation” o de libertad condicional, la cantidad total alcanza los cinco millones”.

Al menos en este país las locuras se quedan –hasta ahora—en la invasión de una carretera.

¿Por cuánto tiempo?

DE TOREROS.

He recibido una nota de la “Peña Catalunya” de Barcelona. Quizá les pueda interesar a los aficionados taurinos o al gobierno de Aguascalientes cuya feria en la parte taurina comienza el próximo día 25.

“Pensamos –dicen los catalanes–, que José Tomás pide los más de 600 mil euros por torear en Aguascalientes, al ver en la lista de los hombres más ricos del mundo, Forbes 2013, que el empresario y dueño de la plaza (¿?), don Alberto Bailleres, tiene una fortuna de 18 mil 200 millones de dólares, en el lugar 32 de Forbes.

“José Tomás es muy generoso y callado, como todo buen filántropo. En Aguascalientes convive con los pobres, cuando pasea anónimo en bicicleta. Hace muchas obras de caridad.

“Como “Robin Hood del Toreo”, cobra a los multimillonarios para reciclar a los pobres. Olé. Debería de cobrar 1 millón de euros en San Marcos.

“Ya que Espectáculos Taurinos de México opta por la transparencia, que diga cuanto ha pagado a Ponce, El Juli, Hermoso de Mendoza, Morante, Castella y Talavante y cuánto de eso es aportado bajo el agua por el Gobierno del Estado.

“Que diga si Diego Silveti torea gratis a condición de quitar del cartel a Arturo Macías y a Arturo Saldívar.

“Además don Alberto Bailleres nunca pierde. Aún con la plaza vacía, manda las pérdidas a consolidación fiscal y deduce ese dinero de impuestos de sus empresas que sí ganan. Totalmente Palacio”.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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