Hace algunos días, en busca de una cita para otro texto, me reencontré con un artículo de José Alvarado en el cual el inolvidable maestro reflexionaba sobre los diarios e incapaz de comprender las palabras de un pequeño periódico de Holanda, decía esto:

“…Y son bellos los periódicos en Ámsterdam. No es posible entender “Het parole” pero su tinta huele como la de todos los diarios del mundo, los soberbios y los humildes, los grandes y los chiquitos y en el olor de esa tinta hay toda la dosis de ensueño suficiente para disipar el desencanto y todos los mensajes del mundo…”

Sólo en estas líneas se puede hallar una de las raíces del periodismo: disipar el desencanto.

Pero más allá de estas evocaciones alvaradianas, tan lejanas a la grosera realidad, la verdad en México, en cuanto a los periódicos, es sumamente triste. Nos causa o nos puede provocar, todo el desencanto del mundo.

Hace unos días la cadena regional coahuilense “Zócalo”, de plano bajó los brazos.

Por prudencia, por necesidad, por conveniencia legítima y también como una forma sublime de la protesta, les anunció a sus lectores y a quienes no lo somos habitualmente, la mutilación voluntaria de su contenido informativo. En pocas palabras simplemente dijo, no se puede remar contra la corriente ni tentar al anónimo enemigo de la libertad y el verbo.

Un paso de lado, una luz apagada, una palabra no dicha, una hoja en blanco. Todo eso.

“En virtud de que no existen garantías ni seguridad para el ejercicio pleno del periodismo, el Consejo Editorial de los periódicos Zócalo –dijo en su editorial–, decidió, a partir de esta fecha, abstenerse de publicar toda información relacionada con el crimen organizado.

“Nuestro compromiso es redoblar esfuerzos para superar la calidad informativa y mantener una línea de objetividad e imparcialidad.

“La decisión de suspender toda información relacionada con el crimen organizado se fundamenta en nuestra responsabilidad de velar por la integridad y seguridad de más de mil trabajadores, sus familias y la nuestra.

“Hacemos votos porque la auténtica paz reine pronto en nuestra querida patria”.

La temporal victoria del silencio en cuanto a este grupo periodístico se viene a sumar a la oleada violenta en contra de los laguneros de “El siglo” de Torreón.

“Cinco trabajadores del diario coahuilense El Siglo de Torreón fueron secuestrados desde las cuatro de la tarde de ayer, aseguraron fuentes oficiales a “Zócalo Saltillo” la madrugada de este viernes. Los delincuentes secuestraron a dos empleados encargados del sitio web, dos del área de publicidad y uno de cobranza. Cerca de las 3:00 horas fueron liberados y algunos de ellos fueron golpeados.

“Jorge Pérez Arellano, coordinador editorial de El Siglo de Durango, rotativo que pertenece al grupo editorial de El Siglo de Torreón declaró:

«Alrededor de las tres de la mañana se nos informó que ya habían sido liberados los compañeros, la mayoría de ellos, bueno, dos eran de la página de internet, otra persona pertenece a circulación y otras dos a crédito y cobranza. Efectivamente están bien. Los hombres, porque también iba una mujer, los hombres sí presentan daños. Todo esta situación es lamentable.”

Y más:

“…un comando disparó con rifles AK-47 contra el periódico El Siglo de Torreón, ubicado en la zona centro de esta ciudad, además de que incendiaron un automóvil para bloquear el acceso a las instalaciones. Además, también atacaron otro inmueble cercano, que pertenece al mismo rotativo, y donde se edita el diario La I”.

La historia se publica y se vuelve a publicar, los compañeros de Coahuila, como los de Tamaulipas y Guerrero –también al “Sur” de Juan Angulo lo han ametrallado–, y diversos lugares del país sufren una violencia cuyo fin no se ha logrado en los pocos días –103– de este nuevo régimen y ante la cual los gobiernos estatales son absolutamente ineficientes.

Hace algún tiempo los compañeros del “Diario de Juárez” escribieron otro editorial terrible: les entregaban a los violentos, a los criminales, a los delincuentes, el derecho de conducir el diario a cambio de parar la violencia.

“…Hacemos de su conocimiento que somos comunicadores, no adivinos. Por tanto, como trabajadores de la información queremos que nos expliquen qué es lo que quieren de nosotros, qué es lo que pretenden que publiquemos o dejemos de publicar, para saber a qué atenernos.

“Ustedes son, en estos momentos, las autoridades de facto en esta ciudad, porque los mandos instituidos legalmente no han podido hacer nada para impedir que nuestros compañeros sigan cayendo, a pesar de que reiteradamente se los hemos exigido… Ya no queremos más muertos. Ya no queremos más heridos ni tampoco más intimidaciones. Es imposible ejercer nuestra función en estas condiciones. Indíquenos, por tanto, qué esperan de nosotros como medio…”

Y así vemos cómo la estructura social se desmorona. Vamos de las “autodefensas” a la autocensura. Automáticamente a la barranca.

Pero por si esta situación no fuera grave en sí misma, lo peor es la indefensión la ausencia de garantías, la inoperancia de los organismos púbicos supuestamente defensores o protectores de la libertad de expresión (puro cuento). No han funcionado ni las fiscalías especiales ni mucho menos las intervenciones oratorias de las comisiones de Derechos Humanos; la nacional o las locales.

Recomendaciones, exhortaciones, “medidas cautelares” a toro pasado; fervorines para hacer boletines. Y nada más.

Ante la realidad sólo quedan la indignación estéril o el silencio todavía más infecundo.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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