Más allá del ripioso juego de palabras, los mexicanos, especialmente los de las generaciones educadas bajo el dominio político del PRI; es decir, casi todas las del siglo pasado y quizá de la mitad de éste, les guardamos a “LAS INSTITUCIONES” una veneración casi religiosa y muchas veces inconsciente. Es una especie de reflejo.
Cuando no entendemos nada de algo, le atribuimos poderes institucionales, o sea, metafísicos, sobrehumanos. Y yo tengo para mi, obviamente, la convicción de la inexistencia de las instituciones. Quizás las únicas reales sean el Estado, la Banca Central y el culto guadalupano.
Pero en cuanto a las catedrales administrativas creadas al amparo de los vaivenes sexenales, esos paquidermos majestuosos cuyo paso por la pradera de nuestra vida nacional sólo sirven para darle empleo a una enorme cantidad de personas y son cuerpos burocráticos cuya institucionalidad desaparece cuando hay un cambio político.
Por ejemplo, durante el gobierno de Miguel de la Madrid y como oferta simbólica de una renovación de la moralidad nacional se creó la Contraloría General de la Federación. Muchos años después y con cientos de miles de millones de dólares por el vertedero, sin lograr cambio alguno en nada de nada, otro gobierno, éste en nombre de la transparencia definitiva, olvidó tan onerosa cuanto inútil institución, como ocurrió con la Reforma Agraria.
Es decir, desinstitucionalizó lo institucionalizado a pesar de las arengas de antañones contralores como Don Francisco Rojas o don Arsenio Farell quienes exhortaban a sus compañeros de trabajo a buscar el cumplimiento de los altos destinos de la ocurrente secretaría.
Pero muchas otras instituciones se han muerto antes de la promesa de eternidad a la cual su condición perdurable las condenaba. O al menos las determinaba.
Vea usted por ejemplo las reformas a la vida del Distrito Federal. Si un distrito es una delimitación territorial o una jurisdicción administrativa, y lo federal guarda relación con el asiento de los poderes de una república organizada como federación de Estados, resulta absolutamente imposible, así lo diga la errática constitución confundir una ciudad (instituida cinco siglos antes), con una Distrito determinado muchos años más tarde.
En este país el lenguaje burocrático constitucional, convierte una ciudad en un distrito; es decir, deshace una institución hasta en el nombre.
Y hoy hemos hallado una nueva fórmula del afianzamiento de la institucionalidad: su autonomía.
El hijo más notable de la señora autonomía es el porrismo. Al menos de la autonomía universitaria.
Sin ese cuento no habrían existido ni Castro Bustos ni Falcón; no habrían echado a patadas al rector Ignacio Chávez ni habrían desbarrancado al doctor Zubirán. Tampoco se habría realizado el movimiento contra Francisco Barnés ni se habrían colado hasta los gabinetes presidenciales los líderes del CEU y otras tantas siglas como el CNH, el CGH y hoy los vándalos del CCH.
Por eso ahora llama la atención la proclama autonómica para el Instituto Federal de Acceso a la Información. El célebre IFAI, cuya leyenda de eficacia ya es tan importante como la leyenda del “Chuapacabras”.
En ese sentido vale la pena revisar esta información procedente de la oficina del señor licenciado Manlio Fabio Beltrones. Quizá nos ayude a comprender las cosas. Lea usted:
“…La autonomía que se pretende otorgar al IFAI mediante la reforma constitucional que actualmente se encuentra en comisiones legislativas, en particular, fortalecerá la capacidad de este órgano para asegurar el derecho a la información y la protección de los datos personales, así como la homogeneidad en los principios y bases de la transparencia gubernamental en todo el país.
“Confiamos en que a partir de la constitución del IFAI como un órgano autónomo de Estado, se garanticen la integridad en el funcionamiento de esta institución y el ejercicio transparente y abierto del gobierno por las autoridades, entidades, órganos y organismos de todos los niveles de gobierno, expresó el coordinador parlamentario del PRI en una reunión con legisladores integrantes de esta fracción legislativa.
“No perdemos de vista la relevancia de los órganos autónomos de Estado en el reciente desarrollo institucional de nuestra democracia constitucional, el equilibrio y balance de poderes y el ejercicio de los derechos y las libertades ciudadanas. En el caso del IFE, habremos de esmerarnos en la Junta de Coordinación Política para el pronto reemplazo del consejero electoral que recientemente renunció. De igual manera lo haremos para el análisis y aprobación de la minuta enviada por el Senado de la República en materia de transparencia e información pública…”
Esta columna se confiesa plenamente ignorante de muchas cosas y con mucha frecuencia. Y una de esas cosas perdidas en la nebulosa de mi conocimiento difuso (como definen el comportamiento del explosivo metano en PEMEX), es la utilidad del IFAI, una institución a la cual yo he llamado “el templo de la transparencia sin consecuencia”.
—-¿De veras el IFAI ha servido para algo en este país? ¿Se ha mejorado la administración nacional; la vida pública? ¿Se han utilizado sus datos para algo transformador? ¿Alguien castigará a la torpe espía? Yo no lo veo, pero si veo la manera como Felipe Calderón y sus emisarios echaron a perder lo escaso.
Y a la vista de los sucesos recientes y la forma como alguna comisionada distorsionó las labores del IFAI, y el bochornoso caso García Ramírez en el IFE, debo regresar al encabezado de este texto.
VATICANO
El Papa se va, pero la institución, como una roca, perdura.