En la historia de los partidos políticos no existe relato de victoria alguna como consecuencia del abandono social, de la celebración de las deserciones, del aplauso ante la fuga. Cualquier partido, como cualquier agrupación humana, la suma de voluntades, personas y adeptos es la única forma de acceder al poder, a cualquier poder, ya sea político, militar o de cualquiera otra índole. De la misma raíz vienen grey y gregario; agregado y segregado.
En los ejércitos cuando no se lograba la cifra de soldados necesarios para una batalla, se recurría a la leva. En los tiempos modernos la leva política se logra mediante la inclusión de los aspirantes, adherentes o como se les quiera llamar (sobre todo en partidos de corta raíz como Acción Nacional) den la nóminas de la burocracia.
La fuga colectiva de falsos panistas, incrustados en la coyuntura del oportunismo chambista, es la única explicación para el desaguisado de su reafiliación, lo cual prueba dos cosas.
Cuando fueron gobierno lo quisieron ejercer sin una real estructura de partido y hoy sin gobierno, pues sencillamente se han dado cuenta de lo evidente: a los pocos leales y devotos, a los escasos creyentes en el caduco dogma de su blandura democrático cristiana, no les alcanzaron ni la elocuencia ni la doctrina para lograr en más de 70 años ni siquiera 350 mil afiliados. Y eso sin tomar en cuenta su inevitable “corporativismo familiar”. En menos de seis meses se les fueron más de 800 mil compañeros de viaje. No tenían otra cosa, ahora ni eso.
Antes de las explicaciones peregrinas de Gustavo Madero el pasado lunes, en torno de su orgullosa condición de partido de “cuadros”; no de masas, esta columna ya había anticipado algunas cosas. Esto publiqué el sábado anterior:
“En el ejercicio teatralizado de su insistente mitología con el cual los epítomes del panismo quieren explicar su importancia pretérita y actual vigencia ético política más allá del veredicto de los electores, se esfuerzan en hacernos creer su valor histórico con la cantaleta de haber sido promotores de todas las transformaciones habidas y por venir y ser los verdaderos ”autores intelectuales” de los cambios ocurridos en el tránsito mexicano rumbo a la forma universalmente admitida del nuevo juego democrático en el mundo neoliberal”.
La explicación sobre su orgullosa circunstancia de alejamiento de las masas simplemente hace pensar en una arrogancia trasnochada. ¿Partido de cuadros? ¿Cuáles? Si por cuadro debemos entender personas capaces de profundidad intelectual y talento político, deberíamos buscarlos con el auxilio de Diógenes.
No vayamos demasiado lejos. Revisemos su más reciente campaña electoral. El equipo de Josefina Vásquez Mota daba grima. Y de ella no diré nada, ni una palabra. La eminencia gris de ese grupo era Roberto Gil. Veamos como argumenta este caballero:
“Felipe Calderón pierde el poder, pero no la autoridad. Es la autoridad ganada por el impulso de bien que guió sus decisiones. “Es la autoridad labrada en la lectura de sus deberes y en el desprendimiento de sus caprichos. Es la autoridad que no viene con el poder sino que se conquista en la legitimidad de su ejercicio. Es la autoridad que adquiere un Presidente que no se extravió en las seducciones del poder, que no se ensoberbeció en la voluntad omnipotente, que no se confundió en su pretensiosa infalibilidad (Excelsior, dic 2012).”
Más allá del ejercicio casi profesional de la lisonja y el lagoteo, el señor Gil se mete en honduras verdaderamente innecesarias. Es tanto su apetito por quedar bien con quien tanto le dio durante la “lectura de sus deberes”, como para no distinguir a quién le pertenece la pretensiosa infalibilidad, si a su bienamado jefe o al poder y sus seducciones. Ya entrados en esto, quizá Gil confunde la palabra pretensiosa con la palabra pretendida.
Pero esto no debería sorprender. Si alguien le alza un monumento a Felipe Calderón, no nos dice nada de la estatura del homenajeado, nos habla de su propio tamaño. Es como decía Edmundo O’Gorman: cuando conoces al amante de tu esposa no lo conoces a él, la conoces a ella.
Alguna vez Gil tuvo un arrebato místico (la lambisconería no reconoce límites): públicamente le expresó al creador, a su Dios todopoderoso, su gratitud por haberle permitido conocer y estar cerca de Felipe Calderón.
He tomado este ejemplo para preguntarme si esos son los cuadros a los cuales se refiere Gustavo Madero, sin con esas lumbreras pretenden iluminar su futuro, si esos son los hombres con quienes van a sustituir a las masas inexistentes e inalcanzables, tan abigarradas, tan despreciadas.
Pero no todas las masas son despreciables, le podría yo decir a Gustavo Madero. Quizá haya alguna desconocida en el PAN, , como por ejemplo, la masa encefálica.