Quizá algún politólogo ocioso o alguien cuyos afanes de historia no lo lleven a estudios de mayor importancia, pueda con el paso del tiempo investigar con detalle lo evidente: cómo un partido sin verdadera vertebración en lo social y lo ideológico, se contamina fácilmente por las toxinas del poder y termina en poco tiempo hundido en la realidad del fracaso.

El derrumbe estrepitoso del Partido Acción Nacional –si no se halla hazaña cultural de mayor valor sobre la cual indagar con método científico y profundidad histórica (atributos ajenos a las colaboraciones periodísticas) –, tiene desde mi punto de vista un denominador común: la pudrición moral convertida fácilmente en corrupción política y administrativa.

En el ejercicio teatralizado de su insistente mitología con el cual los epítomes del panismo quieren explicar su importancia pretérita y actual vigencia ético política más allá del veredicto de los electores, se esfuerzan en hacernos creer su valor histórico con la cantaleta de haber sido promotores de todas las transformaciones habidas y por venir y ser los verdaderos ”autores intelectuales” de los cambios ocurridos en el tránsito mexicano rumbo a la forma universalmente admitida del nuevo juego democrático en el mundo neoliberal.

Suponiendo sin conceder la validez de (todas) esas formas democráticas contemporáneas, no fueron los gobiernos de Acción Nacional ni sus afanes críticos los autores del cambio: fue la evolución (y a veces traición) del Partido Revolucionario Institucional, la causa final de las transformaciones, desde la derogación de las Leyes de Reforma (hasta el PRD hace negocios píos en la Plaza Mariana del brazo del Vaticano), hasta la cancelación de la propiedad social de la tierra o la apertura de las empresas del Estado o su venta para ampliar el botín del mercado transnacional. Fueron, en sus mejores momentos, comparsas; no dramaturgos.

El choque de personalidad del Partido Acción Nacional (por llamar de alguna manera a esa extraña forma de su esquizofrenia ética) se produjo cuando sus ideólogos (si eso fueron sus “meapilas” y demás) se aliaron con “coyotes” litigantes y expertos en componendas de la “concertacesión”. Su proclamada vocación democrática se hundió en el pantano de la complicidad.

Dicho de otro modo, se alejaron de Gómez Morín y se aliaron a Carlos Salinas.

Pecadores sin experiencia no tardaron en mostrar la oreja. Menos de tres lustros fueron suficientes para ver cómo se hundía el bote de remos en el cual habían bogado en imaginarios mares de eternidad democrática. Bogar, bregar, lo mismo da.

Y ante las repercusiones electorales sobre cuya definitividad debemos insistir cuando se analicen el presente y sus consecuencias, hubo dos circunstancias tragicómicas. La primera, sus oscilaciones entre la revisión y la refundación; sus comisiones de enorme comicidad en manos de los promotores del desastre –con el muy limitado señor Madero por delante—y las convocatorias para la revalidación de sus militantes.

A cual más cómico, Vicente Fox displicente y sobrado, sin ninguna necesidad de nadie ni de nada en la muelle vida de San Cristóbal y Felipe Calderón trepado en el avión para presentarse credencial en mano a confirmar su boleto de primera clase en un barco urgido de reparaciones y calafate en el muelle seco de la estupefacción y la derrota.

Pero lo más notable de todo fue una especie de confesión inconsciente: la diáspora de los advenedizos, la fuga apresurada de quienes se adhirieron o afilaron al partido por la majestad de una ideología: el chambismo oportunista. Y si ya no hay trabajo, empleo, sinecura o canonjía, entones tampoco hay fidelidad ni motivos de permanencia en un partido vacío, alejado del poder, desprestigiado, hueco.

“El Partido Acción Nacional (PAN) podría perder hasta la mitad de su millón 800 mil adherentes y miembros activos. Esto es al menos lo que el propio presidente del partido, Gustavo Madero Muñoz prevé del proceso de actualización, refrendo y depuración del padrón del instituto político que arrancó ayer (0ct. 2012).

“Nosotros calculamos que alrededor de un 50 por ciento del padrón será refrendado. Es un dato que hemos sacado de ejercicios preliminares que nos arrojan más o menos arriba de un 40 por ciento por eso me atrevo a estimar que será entre 40 y 50 por ciento”, explicó Madero Muñoz

“A pregunta expresa, sin embargo, Madero dijo que al PAN no le preocupa perder militantes tras este proceso.

“No porque el Partido Acción Nacional no es un partido de masas, es un partido de cuadros, de individuos, de hombres libres muy apalancado en los ciudadanos. Nosotros tenemos más o menos por cada miembro militante de nuestro partido 10 simpatizantes afuera, entonces es un partido que tiene muy apalancada en la ciudadanía su fortaleza más que en su corporativismo o su afiliación gremial que es el caso de los otros partidos”, argumentó Madero”.

Sin entrar en las honduras epistemológicas del significado del “apalancamiento” o las razones profundas del jolgorio de negarse a las masas (¿incluida la encefálica?), ni los demás motivos de júbilo del insólito señor Madero, bien valdría incluir esas declaraciones en el diccionario internacional del “cantinflismo” político.

El alborozo por la sangría, la celebración de la merma y la exaltación de la desbandada tal si fueran valores políticos–, no hacen sino confirmar el enrevesamiento de Acción Nacional, parroquia en la cual nadie ha querido analizar de frente las cosas ni llamarle vino al vino, ni señalar las causas profundas y los responsables de su desgracia. Excepto si perder el poder no se considera una desgracia.

Es la tragedia sin culpables, es la crítica en privado; la adhesión en público.

Pero el fondo de todo hay un tema para la historia universal de las paradojas. Fue necesario llegar a la cima con un presidente consytruido desde la entraña de su estructura, como fue el caso de Felipe Calderón, quien se gozaba de decir cómo había ascendido de soldado a general; de pega carteles a presidente de la República, para comprobar cómo su mejor hombre fue su peor producto.

Como el diablo, tanto quería Calderón al Partido hasta quedarse con los en las manos. Todos los caminos de la truculencia fueron ensayados, todas las variables del paternalismo, toda la escalera de los rencores y sus cobranzas, todo lo indebido y negativo fue practicado con ahínco y terquedad por un hombre cuyo caciquismo terminó con la poca credibilidad de Acción Nacional.

E insisto, este no es un juicio propio: es la evidencia del resultado electoral.

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Mientras tanto, del otro lado de la avenida, el Partido Revolucionario Institucional se reconstruye bajo una premisa interesante: no es suficiente ganar el Poder Ejecutivo. Se debe ganar la confianza. Cambiar para permanecer, o como lo dijo el actual presidente de su Comité Ejecutivo Nacional, César Camacho: o cambiamos o nos cambian.

Si ese juego de palabras sirviera para algo, y ante la evidencia de los 12 años recientes, se podría también decir, como nos cambiaron; cambiamos. Y así hasta la eternidad.

El único hecho visible hasta ahora es la nunca antes vista vuelta de un Partido hegemónico para regresar en las nuevas condiciones de un juego democrático distinto (del cual fue autor y actor) y por cuya vigencia perdió el poder para recuperarlo después de una paciente y prolongada construcción política y una instantánea renovación generacional cuyo mejor ejemplo es Enrique Peña Nieto.

Mientras los jóvenes del PRI ascendían, los del PAN, encabezados por Felipe Calderón quien no cumplía los 50 años de edad al llegar a Los Pinos, iniciaban, cuesta abajo en la rodada, su descenso por la pendiente.

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En muchas ocasiones esta columna ha señalado la mala calidad editorial de “El país”. Y esta es otra muestra de ello.

En la última edición de diciembre, dedicada a los hechos notables del 2012, Lluis Bassets escribe sobre las “nueve elecciones y un mundo”, un texto en el cual se analizan “nueve relevos en las cúpulas del poder político de sendos países” frente a los “cambios geopolíticos en curso y el nuevo rumbo tomado por la globalización”.

Pero ante esos hechos notables todos, como por ejemplo el relevo en China, la reelección de Obama, las tensiones en Colombia; no hay ni una sola palabra para el regreso del PRI en México o la inminente crisis de Venezuela derivada del cáncer de Hugo Chávez.

Y eso, a pesar de la vigencia de los intereses españoles en México.

Esa omisión contrasta con el entusiasmo del 2006, cuando ese mismo semanario saludó a toda pandereta el advenimiento de la democracia significado por el triunfo de Vicente Fox. Tampoco en esa ocasión comprendieron nada.

Recuerdo en aquellas páginas, firmadas por John Carlin, un análisis sobre la realidad mexicana. Había una fotografía de media plana de la Catedral Metropolitana con un pie abrumadoramente ignorante: Aquí veneran los mexicanos a la Virgen de Guadalupe.

Ni eso entienden.

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Los políticos hacen muchas promesas para llegar a los cargos de su ensoñación y muchas más todavía cuando asumen el puesto.

Mucho ha hablado el gobernador de tabasco, Arturo Núñez sobre el futuro, sobre la deuda impagable, sobre la corrupción del estado, sobre los abusos del químico y su parentela. Pero ha prometido poner orden y ha dicho también, Andrés Manuel no será el poder tras el trono.

Si nada más cumple con esto último, Tabasco saldrá beneficiado.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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