Tras los acontecimientos de vandalismo y barbarie, como los llamó el jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard, quien ahora padece tardíamente accesos de sensatez en la observación de ese capítulo tan frecuente en el discurso en torno a las “protestas sociales” .

Una provocación orquestada, preparada, montada y entrenada por quien lo pueda hacer en una acción de comando cuyo objetivo fue un símbolo urbano, la Alameda Central, símbolo escenográfico de la recuperación de los espacios públicos ensayada con relativo éxito por el mejor alcalde del mundo.

Los actores de este extenso acto de sabotaje urbano utilizaron técnicas de guerrilla pero con una variable: casi nunca hallan los combatientes callejeros respaldos institucionales desde el Congreso. Su condición clandestina los obliga a operar sin redes de protección. Es decir; no tiene medios a su alcance ni quien públicamente meta las manos por ellos.

Aquí ha sido lo contrario. Ante los tímidos deslindes casi nunca acompañados por condenas reales a los actos cometidos y de los cuales se dicen ajenos, los movimientos sociales estilo “132” (para abreviar su definición colectiva), comparten las motivaciones pero difieren de los procedimientos, lo cual es una bonita forma de hacer el juego. Quien justifica los fines y condena a medias los medios juega un juego peligroso.

Ha habido quienes en sus medios impresos –afines hasta en lo financiero a Morena–, relacionan el regreso del PRI con la violencia, como si el arribo de Peña al gobierno fuera motor, matriz y causa de los hechos delictivos y punibles. Bueno, punibles en otra parte del mundo, aquí nunca se castigan ni el motín, ni la asonada ni el vandalismo callejero, sea con cualquier pretexto, un “clásico” del futbol o un cambio de régimen.

El regreso del PRI podrá ser motivo de enojo en algunos enemigos políticos, pero no es causa de violencia. La transgresión enmascarada, las bombas Molotov, los petardos, los ataques a bancos, restaurantes; los camiones convertidos en arietes flamígeros, los cilindros de gas, los ataques a comercios en general; la destrucción de estaturas históricas y parques recién remodelados; las pintas sobre el mármol juarista (mi hemiciclo, le llama MEC) son causadas por la intransigencia, la tendencia anarquizante y el terrorismo en pequeño, pero ninguno de esos fenómenos obedece a la generación espontánea.

Hay quienes aun creen en la violencia como la partera de la historia, como nos quiso enseñar hace ya muchos años Lenin y de cuya memoria no quedan huellas ni en los libros de historia en Rusia. Pero en fin.

El regreso del PRI no ha causado la violencia. Su retorno –legal y así calificado por todas las instancias reales, sin atender a la imaginación o las ficciones–, ha sido usado como pretexto para el motín impune. Eso es otra cosa como también lo fue el ataque incendiario a la sede sonorense del partido, acto cuya comisión también quedará sin castigo tanto como en Nuevo León.

Pero para la prensa y otros medios “políticamente correctos” es mucho más fácil editorializar sobre los conceptos de Ricardo Monreal y sus denuncias en la tribuna de la Cámara de Diputados sobre homicidios no cometidos y muy difícil reconocer los errores de juicio y más aun, las tendencias de los anarquizantes incrustados en una forma de guerrilla cuya extinción se va a dar—si prospera—de la manera previsible.

“Carlos Valdivia es el primer asesinato político, recientemente muerto, hace unos minutos por soldados con una bala de goma y gases lacrimógenos, ¿se sienten contentos? Sigan gritando y sigan riéndose”, dijo el zacatecano.

“La fuerza del Estado que ayer se usó para masacrar a los jóvenes, hoy se está usando para reprimirlo”. Esta frase no puede ser más heroica. No importa si esta equivocada. Carlos Valdivia no les dio el gusto de pasear su cadáver por el Paseo de la Reforma. Esperarán con paciencia una muerte.

Ayer, 24 horas publicó:

“La policía capitalina reportó que la herida de Carlos Yahir Valdivia García, manifestante herido y trasladado a la Cruz Roja de Polanco, es operado en estos momentos por las esquirlas del “petardazo” y que la intervención es delicada. Valdivia llegó inconsciente al nosocomio producto de una lesión de petardo en el ojo”.

–¿Cómo se explica esta grave herida? ¿Acaso el Ejército (como dice Monreal) utiliza petardos, cuya manufactura casera es de uso frecuente en los “movimientos sociales”, tanto como las bombas Molotov con gasolina y ácido mezclados?

Pero en la búsqueda de un cadáver cualquier recurso en conveniente, hasta la perorata de Layda Sansores convertida en abogada de los detenidos. Abogada exitosa, por cierto, pues los verá en la calle antes del canto del gallo.

PACTO

El viernes de la semana pasada en una entrevista previa a su toma de posesión el presidente Enrique Peña Nieto explicaba su confianza en el advenimiento de una nueva época de comprensión política y trabajo conjunto y ponía como ejemplo el todavía no firmado (aun cuando si convenido) Pacto por México, cuya firma daba por segura para esta semana. No fue así, se firmó el domingo. Ya no en Querétaro, como se había querido inicialmente sino en el Castillo de Chapultepec.

Ahí tuvo su primera intervención el Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, quien explicó la importancia del pacto en un país donde por su composición actual, ninguna fuerza “puede imponer su visión o un programa único”.

“Las reformas que el país necesita no pueden salir adelante sin un acuerdo ampliamente mayoritario”, argumentó Osorio Chong, quien advirtió además sobre la creciente influencia de los poderes fácticos y su reto y obstáculo a la reto a la vida institucional del país y el funcionamiento pleno del aparato estatal.

“Es tarea del Estado mexicano someter, mediante la legalidad, los intereses particulares que obstruyan el interés nacional”.

Ojalá.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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