Como todos sabemos el Senado de la República entregará en días relativamente cercanos la Medalla Belisario Domínguez.

En tiempos de degradación cívica como los actuales, cuando otras preseas (y esta misma en algunas ocasiones) han sido utilizadas más como recurso de relaciones públicas del poder hacia figuras cuya simpatía conviene y muy poco como homenaje al senador chiapaneco sacrificado por la dictadura huertista a través de quienes con su conducta emulan la suya y recuerdan su valor, bien valdría regresarle a la presea un poco de su significado simbólico original; es decir, enaltecer y reconocer en nombre del país representado por el Senado nacional, a quien en grado excepcional haya desempeñado su labor y su responsabilidad aun con riesgo de la integridad o la vida.

La integridad y la vida fueron el precio de Belisario Domínguez cuando a sabiendas de la respuesta de Victoriano Huerta dijo en septiembre de 1913:

“El pueblo mexicano no puede resignarse a tener por presidente de la República a don Victoriano Huerta, al soldado que se apoderó del Poder por medio de la traición y cuyo primer acto al subir a la Presidencia fue asesinar cobardemente al presidente y vicepresidente legalmente ungidos por el voto popular, habiendo sido el primero de éstos quien colmó de ascensos, honores y distinciones a don Victoriano Huerta y habiendo sido él igualmente a quien don Victoriano Huerta juró públicamente lealtad y fidelidad inquebrantables.

“…se debe esta triste situación a los medios que don Victoriano Huerta se ha propuesto emplear para conseguir la pacificación. Esos medios ya sabéis cuáles han sido: únicamente muerte y exterminio para todos los hombres, familias y pueblos que no simpaticen con su Gobierno.

“La paz se hará cueste lo que cueste, ha dicho don Victoriano Huerta. ¿Habéis profundizado, señores senadores lo que significan esas palabras en el criterio egoísta y feroz de don Victoriano Huerta? Esas palabras significan que don Victoriano Huerta está dispuesto a derramar toda la sangre mexicana, a cubrir de cadáveres todo el territorio nacional, a convertir en una inmensa ruina toda la extensión de nuestra Patria, con tal que él no abandone la Presidencia, ni derrame una sola gota de su propia sangre”.

Se diría entonces que sólo frente a una situación similar el ejemplo de don Belisario podría ser emulado y satisfecho. Y si ese fuera el caso, hay un mexicano cuya conducta frente a un golpe de Estado, en defensa de la vida de mexicanos y extranjeros, fue exactamente igual a la del senador Domínguez y casualmente también en un mes de septiembre, pero sesenta años después y en otro país.

El mexicano cuya conducta le salvó la vida a cientos de personas frente a las bocas de fusiles golpistas en la embajada mexicana se llama Gonzalo Martínez Corbalá y sin su responsabilidad patriótica y su férrea defensa de la inmunidad diplomática, la invulnerabilidad de la embajada y su actitud personal, valiente y desinteresada, Augusto Pinochet hubiera arrasado con la sede nacional en Santiago con tal de impedir el asilo de la familia del asesinado presidente Salvador Allende, entre otras muchas personas.

Muchos paralelismos tiene la historia de Victoriano Huerta con la de Augusto Pinochet y en cuanto al riesgo de ponerse frente a la soldadesca, las vidas de Don Belisario y Gonzalo Martínez hallan un momento de roce.

Muchas otras oportunidades tuvo Martínez Corbalá después de aquellos años, tanto en el Ejecutivo como en legislativo, con lo cual alguien podría suponer justicia para su desempeño diplomático y premio por su actitud.

Pero no se trata de dispensar encargos políticos ni encargos laborales para ponerla trampas al olvido. Otorgarle ahora la presea mayor al valor cívico y político no sólo lo honraría a él sino también al Senado de la República mismo, cuyos yerros por politiquerías y cuotas de partidos han sido tan evidentes (no tiene caso ahora señalar cuáles, algunos de los recipiendarios ya moran en la otra dimensión y la paz es quizá su mejor recompensa.

HUEVOS

Cuando faltan para otras cosas buenos son los blanquillos en sustitución del discurso político.

El movimiento “Somos #132” apenas alcanza para una “omelette”. Por ese camino de tan escaso valor y mérito nadie les cantará nunca: ¡132 no se olvida! ¿Por la “valerosa hueviza” y su alianza con Martín Esparza, alguien los propondrá en el futuro para la Belisario Domínguez?

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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