Por la escalinata del vestíbulo del venerable hotel “Palace” de Madrid, un hombre vestido de gris profundo, toqueteaba el aire y el mármol del piso con su bastón de ciego. Una mujer, en aquel tiempo de cabellera negra, lo tomaba del brazo.
–Maestro, le dijo el imprudente profesional. ¡Qué gusto verlo!, permítame saludarlo, desearle bienestar y si me fuera permitido reiterarle mi admiración, mi entusiasmo por su obra”.
–Gracias. Oiga, dijo mientras se soltaba de la protección de la mujer cuyo rostro se endurecía. ¿Usted, dígame, suena como mexicano, no es así?
–Sí maestro. Yo estuve con usted en Teotihuacán hace muchos años.
–Y mire… México, lindo que es México, ¿verdad?, y tiene déjeme decirle un gran poeta que ha hecho el poema con sólo el título del poema ¿recuerda, usted recuerda eso de “Suave Patria”?, qué cosa maravillosa.”
Y el imprudente le dijo sí.
Mencionó a Ramón y se soltó de corrido: …oigo en tus quejas, crujir los esqueletos en parejas… y para entonces la señora ya iba camino a la irinia conyugal de cada día a pesar de la tarabilla del metiche quien también quiso compensar las citas con aquello de “…Nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche”.
Por la noche, en una mesa solitaria en el salón del Palace, bajo los cristales de una bóveda multicolor, Borges y la señora Kodama cenaban y el entrometido les mandó una botella de vino con los atentos saludos de Ramón López Velarde a quien inútilmente el Homero de Buenos Aires (si Reyes lo era en Cuernavaca), buscó sin hallarlo entre la penumbra de la noche.
Nunca más volví a ver al maestro Borges.
Desde entonces he leído en la prensa cultural (vaya oxímoron) sobre frecuentes exposiciones en las cuales se muestran objetos del poeta.
Una vez en el Museo Tamayo vi una cosa horrible: libretas, anteojos, plumas viejas; libros medio deshojados. Todo bajo el pretexto ampuloso de una museografía fúnebre, como la de los curas cuando exhiben reliquias de los santos, tal si el espíritu de Borges estuviera en algo más allá de su obra literaria.
Pero cada generación tiene su cultura (y sus epígonos) y ahora le ha tocado a doña Elena Poniatowska salir a la escena para hacer un ridículo monumental en Bellas Artes con pretexto de una edición memoriosa como complemento perdurable de la exposición, “Borges en México: Crónica visual y literaria”; llena de fotografías de viajes y personas.
El autor de la obra “Borges y México”, Miguel Capistrán, incluyó en la edición de Lumen (de cuyo patrocinio no quiero acordarme) un capítulo firmado por “Elenita”, como le dicen sus admiradores, amigos y devotos. Pero la ministra de cultura del segundo gobierno legítimo incurrió en un error propio del descuido. Dejémoslo en descuido para no evocar a Luis González de Alba.
Desde hace años circula por el ciberespacio un amasijo de frases sin sentido por el cual un ventrílocuo llamado Johnny Welch, (con todo y el muñeco parlante “El mofles”) obtuvo cinco minutos de fama cuando indujo la divulgación del dizque poema”, La marioneta”, y se lo atribuyó a Gabriel García Márquez tal como su gemelo, “Instantes” se le adjudica en los amplísimos campos de la ignorancia feliz, a Jorge Luis Borges.
Es una cosa horrible y cursi a más no poder, cuya paternidad no puede ser atribuida a ningún escritor serio, al menos no por un lector serio. Como todos sabemos es un garabato de Don Herold. Pero Elenita, toda ella bondad y tolerancia, lo metió en el libro conmemorativo y en la cima de la catedral cultural de México, el Palacio de las Bellas Artes, lo dejó caer como si fuera obra de quien ya hemos dicho.
La señora Kodama, depositaria legal y conyugal de los bienes de don Jorge Luis, puso el grito en el cielo (con toda razón) y dijo seca y contundente: “un error verdaderamente imposible de imaginar.”
Hombre, pues poca imaginación en el país de “José Luis Borgués” como habría dicho el enorme Fox.
Total, el sainete terminó cuando el señor Capistrán, apenado por el error de su colaboradora anunció el retiro de la fallida edición (total a ver quién lo paga) y su pronta sustitución sin las páginas vergonzosas, lo cual es un atropello.
Deberían llevar esa edición y a la autora del dislate, a la Feria del Libro de Guadalajara… Total, también en el Olimpo hace aire.