Una tarde (seguramente) de agosto llegó Pacheco y nos dijo con toda claridad: “No amo mi patria / su fulgor abstracto / es inasible / pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos / cierta gente, / puertos /, bosques de pinos / fortalezas / una ciudad deshecha / gris / monstruosa / varias figuras de su historia / montañas / y tres o cuatro ríos”“La patria es impecable y diamantina”, oí una tarde de la lejana infancia. Un verso de un señor desconocido cuyo nombre, según me dijeron más tarde, era Ramón López Velarde. Los adjetivos me deslumbraron y en el cielo nacional moraban la luz y los brillantes de mi estimulada imaginación.
–Ustedes los mexicanos tienen uno de los mejores poemas del español –me dijo en Madrid años más tarde Jorge Luis Borges.
–El sólo título es ya un gran poema: La suave patria… Lindo, ¿no?
Y uno se emocionaba con leve arrebato tricolor como ocurría al oír aquella vieja grabación de Manuel Bernal cuya voz de tersura magnífica nos decía con los tambores militares como enérgico fondo la frase a la vez confesión y promesa de Ricardo López Méndez: “México, creo en ti…”.
Pero una tarde (seguramente) de agosto llegó Pacheco y nos dijo con toda claridad: “No amo mi patria / su fulgor abstracto / es inasible / pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos / cierta gente, / puertos /, bosques de pinos / fortalezas / una ciudad deshecha / gris / monstruosa / varias figuras de su historia / montañas / y tres o cuatro ríos”.
Obviamente, José Emilio ha escrito muchas cosas tan importantes como el poema arriba transcrito, cuyo título es “Alta traición”, cosa en la cual no estoy de acuerdo. No se traiciona nada ni a nadie cuando se habla de los pesares del país, del desamor al cual nos ha conducido la zafiedad de la política nacional. En todo caso este es un país de traidores traicionados.
“…me libré de los desastres de la guerra. No sufrí los bombardeos, las batallas, las persecuciones o los campos de exterminio. Todo lo experimenté a distancia, pero no por ello dejó de imprimirse en cuanto he escrito”, le dijo ayer el poeta a la reina. Otra vez la letra y el cetro, como hubiera dicho Octavio Paz.
Pero la devoción de JEP por la historia, sus reflexiones, sus versiones y su lucidez nos apabullan, sobre todo ahora cuando habla del horror de vivir en medio de la violencia y una guerra sin esperanza de triunfo.
“La Historia con mayúscula (publicado en Resonancias) no tiene forma ni principio ni fin. Lo que llamamos Historia es la historiografía, su expresión escrita. Lo que no está escrito es como si nunca hubiera sucedido. Y aquí se muestra en su verdadera dimensión la frase ‘una imagen vale más que mil palabras’.
“No es un proverbio chino, como nos dicen, sino la idea de un publicista de Nueva York que la inventó para sostener su tesis de que la mejor propaganda para la Coca-Cola era presentar la imagen muda de la nueva botella que se lanzó a comienzos del siglo pasado.
“El ejemplo contrario es la célebre fotografía de Jerónimo Hernández en el Archivo Casasola. Durante casi 100 años, la foto de esa mujer asomada a la puerta de un vagón pasó a representar a la ‘Adelita’, la compañera del revolucionario, el símbolo de la lucha del pueblo mexicano contra la tiranía.
“El gran investigador Miguel Ángel Morales la encontró y la publicó en su totalidad hace dos años: la ‘Adelita’ no es una revolucionaria ¡sino una cocinera del ejército con que Victoriano Huerta, el futuro golpista y asesino de Madero, salió a combatir a los rebeldes del norte! ¿Qué sucedió? No estábamos leyendo bien la imagen, sino ilustrando con ella en nuestro interior las novelas de la Revolución”.
Y esta reflexión sobre los símbolos nos llama la atención: esa mujer aparece en los nuevos billetes conmemorativos de 100 pesos, tan llenos de fallas, tan mal hechos, tan a la trompa talega. El huertismo involuntario (debemos suponer) celebra la Revolución.
TRIBUNAL
Pero junto a esos ecos del agrarismo de fotografía hay otras consecuencias más dramáticas: el Tribunal Superior Agrario ha recibido un golpe presupuestal incomprensible a la luz de los documentos anteriores. La Comisión de la Reforma Agraria en la Cámara de Diputados había expresado por escrito una elevación presupuestaria para dotarlo casi de mil millones de pesos, un aumento de 100 en relación con su adjudicación anterior.
Pero a la hora de la hora nada más le dieron una cepillada de 100 millones de pesos, en contraste con los 400 aumentados al Tribunal Fiscal. No importa si la institución trabaja sin rezago, si su labor previene conflictos a veces sangrientos en el campo, si atiende 40 mil expedientes en todo el país. Nada.
Su presidente, Ricardo García Villalobos se puso blanco del coraje.