El relato –y retrato–, contemporáneo es terrorífico: en medio una sala de cine, disfrazado como un adolescente en fiesta de jalogüin, un joven estudiante de neurología, Jesse Holmes, cuya apariencia de idiota apenas disimula su maldad, dispara a diestra y siniestra contra los asistentes a una fantasía heroica, mientras el hombre murciélago, dedicado a luchar contra el crimen, mira, impotente, los asesinatos desde la pantalla.

–Creímos que era parte del espectáculo, dijo uno de los sobrevivientes de la matanza si darse cuenta de la acertada condición de sus creencias. Obviamente el asesinato masivo es parte del espectáculo; es parte de una cultura militarista, arrogante, belicista, en la cual los video-juegos ya no reflejan la vida; la sustituyen, y la noción del exterminio es la base de la superioridad nacional.

El problema no es solo Holmes el enloquecido tirador de Aurora ni tampoco Eric Harris, o Dylan Klebold (los asesinos de Colombine); ni siquiera Cho Seung-Hui el multihomicida del Virginia Tech.

Tampoco se debe a la venta libre de armas.

La venta de armas es una consecuencia cultural.

El problema es más grave pero la cultura americana y sus defensores mimetizados no lo va a reconocer jamás. No son los fanáticos de la Asociación Nacional del Rifle, sino el rifle como símbolo de identidad nacional; de Iwo Jima a Hollywood; de John Wayne a Rambo; del antifaz de Batman a las capuchas del KKK y los verdugos de Rodney King o Anastasio Hernández Rojas el mexicano muerto a golpes por la policía fronteriza hace pocos meses.

Los estadounidenses no son violentos por tener armas al alcance de la mano: tienen armas al alcance de la mano porque son violentos. Porque esa es su naturaleza, esa es su historia; esa su tradición, esa su finalidad, ese su destino manifiesto. Es la segunda e intocable y definitiva enmienda de su constitución. Es un principio sagrado, pétreo.

Tener y usar armas, en su país o fuera de él, es un derecho nacional, no un accidente. Y su magna industria mil millonaria de fabricación de pistolas, rifles de asalto, aviones bombarderos, granadas, carros de combate, portaciones, submarinos o bombas atómicas hasta cubrir el espacio exterior, son el distintivo de su poderío. De su indeclinable poderío.

Y contra eso nada pueden ni el Congreso ni la opinión liberal de los intelectuales demócratas. Tampoco puede el presidente Demócrata Barack Obama quien ha protegido hasta la impudicia al procurador Holder (a pesar del desacato al Capitolio), cuyo secreto sobre la operación de contrabando de armas a México, para uso de la delincuencia organizada (Fast &Furious) permanece en el catálogo de la impunidad americana.

Por eso resulta innecesario el llamado de nuestros diplomáticos mexicanos en pro de una restricción a la venta de armas de asalto. Tienen 50 o más millones de pistolas de distintos calibres en su país y otras miles fuera de los Estados Unidos como para tomar en serio las voces del patio trasero horrorizado por las matanzas en un cine o por un francotirador enloquecido desde una torre,

Como parte de su campaña o guerra o combate o cruzada o como le quiera llamar el agónico panismo gobernante en México a su política de los últimos seis años, nadie ha tocado a los contrabandistas de armas. Les pedimos orden en su casa pero les permitimos meter cien mil armas largas y cortas a nuestra tierra sin detener siquiera una docena de vendedores de armas. También en F&F henos guardado silencio.

Ya en otras ocasiones hemos comentado en esta columna la iniciativa de punto de acuerdo de la depurada chihuahuense Guadalupe Pérez a quien la PGR y la Defensa Nacional le negaron información sobre capturas, detenciones y procesos contra traficantes de armas. De acuerdo con los datos contenidos en un punto de acuerdo para abordar el asunto, sólo siete personas habían sido consignadas y únicamente dos procesadas por delitos relacionados con armas y contrabando en los años recientes.

Hace apenas unos días en Chihuahua el Presidente supervisó un vistoso operativo: un tanque les pasaba por encima a muchas de las cien mil armas decomisadas a los violentos.

Pero el tanque de la justicia nunca pasó por encima de quienes metieron al país esas armas.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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