Nadie sabe si lo hizo inspirado por los vivificantes aires asturianos y el respaldo de la monarquía borbónica al frente del Estado español a una universidad pública y laica, o por la (merecida e innecesaria) consagración de la Hispania Fecunda, pero el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, José Narro Robles, se ha ido largo: le ha propuesto a México “refundar la república”.
No le ha pedido acabar con la huelga del Colegio de Bachilleres (dirán, pero si no es su tema, y yo respondo, tampoco la república). No, le ha demandado su concurso para establecer, como de Gaulle hizo tras la Segunda Guerra Mundial, una nueva república, o como Porfirio Muñoz Ledo reclamó desde su movimiento “Nueva república”, cuyo trazo implicaba hasta mudar de sitio la capital del país.
Bueno, ni siquiera restaurarla, como hizo Juárez tras el fusilamiento de Maximiliano.
Nada de restauraciones, pues esa palabra suena como taller de hojalateros expertos o arquitectos sin trabajos mayores; nada, volverla hacer, lo cual implica desbaratar los restos de la actual, allanar el terreno, meter los buldócer de la nueva ingeniería nacional y comenzar de nuevo.
El actual modelo nacional ––ha dicho en ese tono severo— “ya dio lo que podía; ya no nos sirve ni para vernos hacia afuera, ni (para) resolver los problemas hacia adentro”.
Esa verdad absoluta nos debería llevar a modificar el modelo económico y político, lo cual no implica necesariamente rehacer a la república entera. Obviamente es más contundente, impresionante y retórico hablar en el grandilocuente tono de los nuevos sentimientos de la nación y no en el áspero tono de un economista inconforme, experto en modelos, planes de choque, ingeniería fiscal, distribución del ingreso y demás zarandajas propias de los viejos alumnos de doña Ifigenia Martínez.
Sin embargo, las palabras de Narro tienen una razón y un antecedente.
Durante el sexenio pasado, México necesitaba una voz respetable y sensata. Por una parte teníamos el desastre presidencial de Vicente Fox inmerso en la cleptocracia autárquica conyugal, y por la otra una creciente inconformidad de las fuerzas progresistas encabezadas por AMLO.
Los partidos políticos se hundían en el desprestigio y no quedaban instituciones confiables, respetadas y viables, cuyo diagnóstico sirviera para algo. En medio de ese vacío nacional surgió la figura de Juan Ramón de la Fuente, a quien muchos vieron y buscaron como una voz de importancia nacional. Una voz sensata y mesurada cuya intervención muchas veces zanjaba discusiones bizantinas o simplemente inoportunas.
Pero ese papel requiere tacto político y en ocasiones habilidad diplomática.
A mí me da la impresión de un anhelo similar por parte del doctor Narro, quien de paso busca desprenderse de la sombra de Juan Ramón. Por eso quizá quiera ir más adelante, ser más osado, más ––como dicen los alumnos de las escuelas bajo su rectorado— aventado y lanzado.
A fin de cuentas el discurso recurrente de Narro ––aquí y en España— ha sido el de la mano extendida. Más dinero para la educación, más dinero para la investigación. Esa es la parte, sin duda, alguna del fracasado modelo económico cuyos desajustes él más padece.
Y buen papel hace un rector en defensa de las instituciones públicas de educación superior gratuita y laica, y si se pudiera obligatoria y suficiente, útil y pertinente. Pero de eso a convertirse en el segundo padre de la patria, pues hay una breve distancia. Un breve espacio, como diría Pablo Milanés.
También en ese orden de ideas se explican los presagios del estallido social. Cuya oportunidad oscila entre la convocatoria y la advertencia.
Mucho ayudaría a esos anhelos fundacionales una universidad más dedicada a sus asuntos, pues al fin y al cabo de su obra depende mucho la salud republicana. Pero en medio de esa ansia de trascender y borrar los pesados pasos del pasado, Narro cae en el viejo error de muchos políticos: apretar poco por abarcar mucho.
Muchas cosas se deberían mejorar en la UNAM para elevar su calidad más allá de la dudosa clasificación de un periódico inglés, por muy significativa como se le quiera ver. Tampoco valen tanto los laureles de los monarcas hispanos, quienes desean ofrecer un rostro de modernidad europeizada capaz de probar el desprendimiento definitivo de España del continente africano.
“África empieza en Los Pirineos”, decían antes.
SME
Las manifestaciones callejeras con las cuales el SME va a paralizar la ciudad de México, auxiliado por decenas de organizaciones pugnantes, combativas, subversivas o como les quiera llamar cada quien, parten de un cálculo arriesgado por parte del gobierno.
“Estábamos conscientes, era un riesgo ya sabido y sin embargo el saldo nos ha favorecido”, dicen los más seguros y jactanciosos colaboradores de Javier Lozano.
A fin de cuentas si el cálculo falla, Lozano se rezaga en el arrancadero de “la caballada” azul. Si el cálculo sale bien, avanza. Pero mientras, los ciudadanos sufren por una capital cabeza abajo.
Hola, esto es un comentario.
Para borrar un comentario sólo tienes que entrar y ver los comentarios de la entrada. Entonces tendrás la opción de editar o borrar.